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Buenas noticias

Después de leer a Don Enrique Montasterio me he sentido aludido y culpable de no haber traído buenas noticias referentes a los bebés de que os hablé aquí y aquí.

Lo mejor que puedo decir es que el viernes pasado pude tener durante un ratito a la pequeña J. en mis brazos mientras su hermano H. dormía plácidamente en su carrito.

Llevan casi 4 meses de pruebas continuas y superando achaques y algunos problemas de inmadurez, pero os aseguro que la sonrisa de J. y cómo me sacaba la lengua era claramente un mensaje de agradecimiento para todos vosotros.

Disfraces

Viernes por la tarde. Nos repartimos la agenda social. Yo me llevo a la mayor y mi esposa, con el enano, lleva a la segunda a un cumpleaños, aquí al ladito.

La cumpleañera en su invitación pide que los niños vayan disfrazados, aunque no es obligatorio. Charla de madres mientras las niñas -hay tres o cuatro varones que intentan a patadas marcar su territorio, pero apenas destacan- juegan y bailan.

Mi santa hace el comentario: «Hay que ver, antes las niñas se disfrazaban de princesas, y ahora casi todas de Hannah Montana», mientras observa las faldas cortas, las botas altas, los flecos… los modelitos, en suma, de la tribu de 7, 8 y 9 años.

Las dos madres que tiene a izquierda y derecha callan, extrañadas, y al poco tercian: «…mi hija no viene disfrazada…» «la mía tampoco». Mi mujer ofrece mil duros por un agujero para esconderse, y sale del paso con la primera excusa que se le ocurre.

Yo, qué rabia, me pierdo las mejores.

Perdido en un rincón de la memoria

Sin avisar, sin buscarlo, apareció el recuerdo. Claro y real como el día: Una vallas, unos setos, unas voces que me llamaban, y yo que me sentaba tras un arbusto esperando que no me encontraran, agarrado a mis piernas, con la cabeza en las rodillas, en esa manera que tienen -o tenemos- los niños de escondernos, pensando que al desaparecer todo de nuestra vista no podrán encontrarnos.

Pero las voces se acercaban, venían hacia mí, y cada vez escuchaba el grito de mi nombre más cerca. Cuando supe que era inevitable el encuentro, me hice el despistado, me puse en pie, y empecé a andar, como si nunca hubiera estado escondido. Apenas dados dos pasos, mi hermana mayor aparecía preguntándome dónde me había metido y porqué no contestaba. No te he oído. Ya es muy tarde, atontao, ya no llegas. No me dí cuenta, no tengo reloj.

No sé cómo lo hice, pero no se repitió. Jamás me hicieron volver, y así no tuve que volver a esconderme tras el mismo seto.

Me he puesto a pensar en el porqué de ese recuerdo repentino y perfectamente claro, como si fuera de ayer. Y he sacado mis conclusiones. Me ciño ahora a lo que ocurrió entonces: Mi hermana no me buscaba para reñirme, ni para que mis padres me castigaran, ni para que yo hiciera mis deberes o fuera al colegio. La escena ocurría… en los alrededores de unas pistas de tenis en las que ese día empezaba un curso al que mis padres -con la mejor intención, claro- me habían apuntado. Llegada la hora, me acerqué a las pistas y miré desde lejos al grupo de niños que rodeaban al profesor, todos deseando empezar, todos peloteando ya, todos retándose en cada golpe, en cada gesto. Todos deseando no pasar un reto de divertido peloteo, sino demostrar sus dotes y aptitudes, su capacidad para ser el mejor.

Afortunadamente nadie había reparado en mí, con lo que me desvié del camino, rodeé las pistas y corrí hacia unos setos cercanos. Y ya no volví a mirar igual a mi vieja raqueta de madera, azul y blanca, con su canto gastado de rozarla contra el suelo y contra las paredes del frontón. Lo que yo creía que era un instrumento de juego se transformaba en un arma para derrotar a los demás.

¿A qué viene todo esto? Qué se yo. A mí que me registren. Yo no rebusqué el recuerdo. Apareció. Y aquí me lo apunto.

Me ha servido, es cierto, para entender algunas cosas. Por ejemplo, la incomprensión que siempre he sentido cuando he visto a padres animando a niños pequeños a competir, competir y competir. A niños que sólo quieren ganar. Y, trasladando cosas, a adultos que son incapaces de disfrutar lo que tienen, porque sólo piensan en lo siguiente que pueden conseguir.

Conversaciones pendientes

Sabemos que hay miles de blogs abandonados, vagando por el ciberespacio como basura espacial. O ciberespacial. Gente que creó la cuenta, escribió unas entradas y no le encontró la gracia, y allí quedó para siempre su incipiente blog. Como no tuvo lectores, por pura falta de tiempo, tampoco tiene quien le eche en falta.

Pero… ¿Cuántos de nosotros seguimos habitualmente, o con cierta frecuencia, lo que un desconocido nos cuenta de tanto en tanto?¿A cuántos de ellos hemos vuelto ocasionalmente y lo hemos encontrado ni polvoriento ni en ruinas, pero sí evidentemente abandonado, luciendo en su primera entrada disponible una fecha ya olvidada? ¿Qué hay detrás de esos abandonos? ¿Cuántos sintieron que les aburría seguir escribiendo y se fueron sin decir nada? ¿A cuántos les faltó el tiempo para atender todo lo que querían y tuvieron que marcar prioridades? ¿Cuántas malas cabezas olvidaron los datos de acceso y acabaron abriendo otra cuenta a la que no llegaremos nunca? ¿Cuántos de ellos enfermaron? Y llegando a lo que me he encontrado ante mis ojos… ¿Cuántos murieron? ¿Qué pasa con el blog de un difunto?¿A cuántos esperaremos en vano durante semanas o meses, maldiciendo que no haya vuelto a contarnos el final de aquella historia que tanto nos intrigaba? ¿Qué pensamos del que se despidió de manera extraña y nos dejó con la mosca tras la oreja?

Pensando en todas estas cosas estaba -tan macabro como suelo, que me dirá alguno-, concluyendo en lo falsa, en lo frágil que es una de estas «amistades» internautas.

Y me vinieron a la cabeza tantas caras con las que a diario jugué, trabajé o sencillamente me crucé. Y cómo muchas de ellas se quedaron en un recuerdo un buen día, cuando una amistad que se presuponía que duraría por los años y años llegó a un «hasta mañana, a la misa hora en la plaza» o en un «Venga, buen verano y en septiembre nos vemos» sin que jamás concluyeran los juegos, los trabajos o las conversaciones pendientes.

Aquellas amistades no eran falsas. Pero se rompieron. De repente. Sin avisos. Y en muchos casos ni siquiera fuimos conscientes de la ruptura, del adiós, hasta tiempo después, cuando un buen día, después de varios de ausencia, empiezas a preguntarte sobre el porqué de la tardanza. Otro día empiezas a comprender que no volverás a verle. Y otro, un poco más allá, tu rutina no guarda ningún recuerdo de aquello.

El año que viene mi hija mayor probablemente se despedirá de quienes han sido sus compañeros durante 8 años. Y habrá lágrimas, y abrazos, y promesas de llamadas y visitas continuas. Y los padres asistiremos a la escena, compungidos, abrazando a las llorosas crías, consolando, y mintiendo a sabiendas, repitiendo una y otra vez «pero si vais a seguir siendo amigas y viéndoos…» Y el tiempo pasará, y las llamadas se espaciarán, y no habrá tiempo para aquellas quedadas o visitas. Y la rutina perderá el recuerdo de aquellas lágrimas y aquellas promesas.

Y descubrirán la vida. La puerca vida. Y un día se pararán, harán memoria y pensarán «¿Qué fue de…? ¿A qué se dedicará…? ¿Donde andará…?»

Quizá eso era antes. En nuestros tiempos. Hoy, manteniendo su dirección de correo electrónico, o de Skype, o de Messenger… seguirá el contacto. ¿O no? ¿O quizá, un día, dentro de varios años, se preguntarán porqué aquella dirección que tienen guardada «de toda la vida» no ha vuelto a enviar la enésima cadena de «envíalo a todos tus conocidos o…»? ¿O llegarán un día, simplemente, a preguntarse porqué no actualiza su blog?

En ese caso, sinceramente, prefiero el recuerdo de una cara diciendo adiós, girando una esquina, y ¿desapareciendo? No. Más bien quedando grabada, con esa sonrisa, para siempre.

Elena y Nicoletta

Elena ha dado a luz a una niña, a la que han llamado Nicoletta. Elena es gitana y rumana, y llegó a España embarazada hace apenas unas semanas, según su madre, buscando el cheque bebé y otros beneficios de los que había tenido noticia. El padre de Nicoletta no ha venido, porque según Olimpia, la madre de Elena y abuela de Nicoletta «ya no están juntos, se han separado».

Seguro que la noticia les ha llegado. Lo que pasa es que ninguno de los datos citados hasta ahora les han llamado la atención. Pero sí caerán si les digo que Elena tiene 10 años y el padre de la criatura, 13. Ahora ya les suena más el asunto ¿Verdad?

Evidentemente a mí me produce un escalofrío doble. Primero, por la noticia en sí. Segundo, por la aterradora perspectiva que me otorga el tener una hija también de diez años. Pero partiendo del estupor que me causa la noticia, no puedo entender algunas reacciones que leo y oigo.

Porque, vamos a ver si nos aclaramos. Dice Olimpia, la abuela, que ella está contentísima y que su niña no es demasiado joven, que en su comunidad el ser madre a esas edades es normal. Y digo yo: ¿acaso no nos habían contado que entre las culturas y civilizaciones no había superiores ni inferiores y que todas eran igual de respetables? ¿Con qué autoridad esa gente podrá tachar, como yo hago, semejante cultura de salvaje? ¿Puede, en coherencia, pedir a esa comunidad que abandone sus hábitos tribales?

Por otra parte, ¿cuál es el problema real? ¿Que Elena haya sido madre a los 10 años… o que Nicoletta haya llegado a nacer? Porque para mí el problema, lo aberrante, es que unos niños se hayan encamado. Pero tirando de manual oficial, y entendiendo que ambos -y sus familias, lo cual me parece mucho más aberrante- estaban encantados de hacerlo, según los papelajos que quieren hacerle llegar a mi hija, que tiene la misma edad que Elena, y que  pagamos entre todos, eso no solo no es aberrante sino que es algo a lo que animan insistentemente… siembre que Nicoletta no llegue a nacer, claro.

Me parece de cajón que alguien que anima fervientemente a niños de 10 años a encamarse, y además a combinar todas las posibilidades de encame al alcance de la mano -o de lo que no es la mano- lo que no puede es asombrarse porque alguna niña salga del encame embarazada.

Dice la Junta de Andalucía que tiene que estudiar si las niñas -madre e hija- pueden seguir viviendo con el resto de la familia. El problema es que la Junta se plantea tal cosa sencillamente porque Nicoletta ha nacido. Si toda la historia hubiera sido exactamente igual, menos en el nacimiento de la pequeña (de la MÁS pequeña), todo hubiera sido conforme al modelo propuesto a los niños andaluces. Así que no sé de qué se extrañan ahora.

Una vez más, y tomando prestada la frase de Vázquez de Mella «ponen tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias».

Esta ronda la pago yo

Recién acabo de pagar -yo no quería, ella me obligó, palabrita- los atracos tributos municipales por vía internetera, cuando leo la noticia de que el mismo ladrón que me acaba de robar organismo público al que acabo de ingresar una pasta, está poniendo en fila a los que han quemado el dinero durante tres lustros para repartirles el botín.

Y uno de ellos dice, con dos cojones, que el cómo lo devolverán es lo de menos, que lo que hay es que pagar la juerga y el que venga detrás, que arree. Precisamente lo que llevan haciendo décadas y precisamente por lo que estamos como estamos. Porque lo importante no era pensar cómo lo íbamos a pagar, sino gastar, gastar y gastar. Y la solución ahora no es exigir a quien gastó lo que no tenía a reponerlo, o hacer una cuerda con miles de alcaldes y concejales de urbanismo y llevarlos por las plazas a ser azotados antes de encerrarlos de por vida. No. La solución dicen que es que sigamos poniendo porque esto hay que mantenerlo y pagarlo.

La culpa es mía por hacer caso a mi esposa y pagar el IBI y otros impuestos a estos cabrones. El año que viene que me conviden y que paguen ellos. Y sus públicas madres.

Jugando a los médicos en el recreo

La noticia es de hace ya una semana, y ha sido comentada en varios sitios, pero no me resisto a traerla aquí. La cuestión es que la «Comisión de Igualdad del Congreso» (sea eso lo que sea) ha aprobado una proposición del Grupo Socialista para que el Gobierno «elabore e impulse protocolos de juegos no sexistas para que se implanten y desarrollen en los espacios de juego reglado y no reglado en los colegios públicos y concertados de Educación Primaria, en colaboración con las comunidades autónomas«.

Mi primera reacción al leer tal engendro fue sencillamente de pensar, una vez más, que cuando creemos que en este país no puede haber más gilipollas, descubrimos que cada día que amanece, un nuevo tonto aparece. Ha sido con el paso de los días que la cosa ha ido creando poso y ya no le veo la poca gracia que tenía en su día el reírnos de esta panda. Con el paso de los días uno ve la gravedad del asunto. Y la gravedad del asunto no es tanto que haya una clase política tan sectaria que vaya a regular por ley a lo que pueden y no pueden jugar nuestros hijos en función de su sexo -sí, las personas no tienen género, imbéciles, tienen sexo-, que ya tiene lo suyo. Lo más grave es que ¿saben? esta norma se implantará y nadie moverá un dedo.

Recuerdo cuando mi hija mayor tenía dos o tres años le encantaba coger la escoba de casa y barrer. O hacer como que barría, ya me entienden. El caso es que los Reyes le trajeron un carrito con una escoba, un recogedor, una fregona y un trapo, todo de juguete. Nuestra amiga M.M. nos dijo que le parecía fatal, y me preguntó sobre si hubiera hecho lo mismo en caso de ser un varón. Yo contesté que la cuestión no era esa, sino que la niña quería coger las escobas de verdad y para eso mejor que tuviera la suya de juguete.

Hoy miro a mis hijos. La mayor ya no quiere saber nada de la escoba, ni de juguete ni de verdad. Nunca le ha interesado jugar con muñecas, salvo casos muy puntuales. Su manera de disfrutar es corriendo, saltando, cantando… La mediana por el contrario es capaz de pasar horas y horas jugando con sus muñecas, levantando todo un mundo imaginario asombroso. También disfruta enormemente con sus cocinitas y sus cacharros. Y literalmente babea al ver un bebé y su sueño es ser profesora de guardería y tener varios niños. El pequeño tiene varias aficiones: Pellizcar a la mediana, morder a su madre, tirar cosas a la cabeza de la gente… Pero cuando se pone a explorar por la casa, hay dos cosas que le arrebatan. La primera es coger aquella escoba y aquél recogedor de juguete y «barrer» toda la casa. La segunda es encontrar los cacharritos de cocina de su hermana y sentarse a jugar con ellos, haciendo como que pasa comida de cazos a platos y con una cuchara darle de comer a los muñecos o a él mismo.

Y recuerdo aquella pregunta de M.M., y veo a Gonzalete dale que te pego, escoba en ristre y plato al hombro, disfrutando como un enano. Bien. Pues ahora que venga alguien a explicarme por qué coño le tengo yo que decir a mi hija mediana que sus hermanos juegan correctamente pero que ella deberá cambiar de aficiones en el colegio porque según el protocolo propuesto no se admitirá que se dedique a jugar con los muñecos.

¿Cabe en alguna cabeza humana mayor gilipollez? Supongo que esas mentes pensantes no aprueban que mi hija, con un muñeco, juegue a las mamás en el patio del recreo. Seguro que prefieren que sola o en compañía de otros -y otras, claro- jugase a los médicos.

Decía que esto se implantará y nadie moverá un dedo. Quizá no soy justo del todo. Sí, habrá quien mueva un dedo, se elevarán recursos, se acudirá al juzgado… Nada, inútil, pamplinas.

Yo no moveré un dedo, sino cinco. El día que un comisario, o alguien del colegio por orden de un comisario, le diga a nuestros hijos que a eso no pueden jugar, esto se arregla de una única manera: Moviendo, como decía, cinco dedos. En dirección a la cara del gilipollas en cuestión. Y tantas veces como sea necesario. Verán como así, sin tribunales superiores ni zarandajas, se le quitan las tonterías a alguno. Con el único lenguaje que acabarán entendiendo.

Gianna Jessen

Miguel Ángel me recomienda que vea y sobre todo escuche esta charla de Gianna Jessen, superviviente de un aborto. Yo también la recomiendo:

Primera parte.

Segunda parte.

Electrificando el timbre

Pues eso. Que para todo este fin de semana -porque los imbéciles y retrasados locales se organizan ya desde hoy mismo- habrá que cuidar de formar un charco en la puerta de casa y electrificar el timbre.

No se asusten: Seguro que en algún país bárbaro es una tradición muy arraigada que ofrece una posibilidad de diversión si la insertamos en nuestras costumbres impuestas por los centros comerciales y la tontavisión.

Y además no hace falta vestirse de gilipollas ni pintarraquearse.

Feliz fiesta de Todos los Santos. (Y aprovecho para recordar y reiterar mi atentado a la lírica del año pasado)

Deberes de religión

No puedo entenderlo. En un colegio religioso, en clase de religión… les hablan de la ONU y de sus cascos azules.

Como tarea les ponen que busquen en la web de Naciones Unidas la DUDDHH, elijan un artículo y comenten si creen que se respeta en el mundo. Ha elegido el tercero. Todos tienen derecho a la vida. Como comentario ha puesto que es una vergüenza que los mismos que los proclaman en su web sean los primeros que lo pisotean obligando al tercer mundo a exterminar a sus hijos.

Igual no entra en la carrera diplomática pero, por una vez, qué a gusto me he quedado repasándole los deberes.