Skip to content

Contraportada

La contraportada del Diario de Sevilla de ayer, domingo 13 de junio, recogía una entrevista con la periodista mexicana Lydia Cacho.

Reconozco que no sabía quien era y que sigo sin saber mucho más de lo que dejaba entrever la corta entrevista. Dirige una organización dedicada a rescatar mujeres y niñas de la esclavitud sexual, y su vida está constantemente amenazada porque ha publicado las relaciones de los poderosos con el repugnante mundo del mercado sexual. Ha viajado por todo el planeta sumergiéndose en ese submundo y lo ha reflejado en un libro titulado «Esclavas del poder».

Habla brevemente sobre niñas vendidas en todo el mundo, sobre repugnantes cerdos que viajan a determinados países en busca de carne cada vez más joven y sobre la creciente relación de las mafias del tráfico de drogas y de armas con el de carne humana. El tráfico sexual es la nueva forma de esclavitud, titula la entrevistadora.

Termino de leer la entrevista, con el mal cuerpo que me causa siempre este asunto, porque coincido en el diagnóstico: Negros musculosos hace unos siglos, niñas prepúberes en éste. Repugnante siempre. Poderoso siempre. Negocio siempre.

Observando la contraportada, pienso si habrá servido para que el propio medio que la publica actúe en consecuencia. Vuelvo una, dos, tres y cuatro hojas. Y ahí están. «Mulata dulce». «Chinita caliente». Lo que les decía. Negocio. Siempre. Repugnante. Siempre.

Pan y circo

¿Cuántas veces no la habrán repetido los diseñadores del pasado? Eso de que la estrategia del régimen de Franco se basaba en que atontaba a la gente con el fútbol.

La viñeta es de Miki & Duarte publicada en el Diario de Sevilla (y en el resto de periódicos del grupo Joly) en el día de hoy -ya ayer- sábado 12 de junio de 2010.

¿La roja?

Hace dos años largos, antes de la eurocopa de fútbol de 2008, se empezó a usar mucho eso de «La Roja» para referirse a nuestra selección nacional de fútbol. Como la cosa acabó mejor que bien, la cosa -impulsada sobre todo en su origen por Luis Aragonés, aunque los de Cuatro se crean que lo inventaron ellos- tuvo éxito y se ha mantenido. Pero hay mucha gente que protesta por el apelativo porque ve en él una manera de evitar nombrar a España.

Vamos a ver: Lo primero es que esta moda, en principio y aunque no me convence, no me molestó tanto como otras. Porque donde algunos veían fantasmas e inventos extraños, parece que nadie se paraba a pensar en la Albiceleste, en los Azurri, o en el grito de Allez les beus! de los vecinos del norte. Si alguien le dice a un argentino, a un italiano o a un francés que por complejos progres evitan nombrar a su nación, seguramente se nos partirían de risa en la cara. Y con razón.

Ahora bien, España es diferente. Y aquí es cierto que hay mucho imbécil que es capaz de tragarse la lengua antes de pronunciar la palabra España. Y si lleva encima es para considerarlo «Nación», más. Tampoco es cuestión de extrañarse. Si vemos a los teóricos representantes de la Soberanía Nacional, y los de un lado dicen que eso de que España sea una nación es «un concepto discutido y discutible» y los del otro dicen que no hay que defender a la patria sino al marco legal establecido en el momento presente… Pues a ver qué vamos a esperar.

Lo normal: Que después de generaciones de lavados de cerebro impuestos por esa constitución a la que hay que prestar patriotismo, las élites nacionales hablen de «selección estatal de fútbol» sin referirse a un equipo hecho eligiendo a los funcionarios del MOPU que mejor pelotean.

El caso es que seguro que hay muchos de esos analfabetos -hanalfavetos, dirían ellos- que usan eso de «La Roja» como una expresión que les reafirme en que en esa panda de millonarios en pantalón corto no hay nada de nacional ni de español. Y hay algunos que se molestan por ese uso del lenguaje. E incluso reclaman que a la Selección Nacional Española -que ese es su nombre- se le llame, ya puestos, «la rojigualda».

Pues no, hombre, no. Si quieren llamarle «La Roja», que se lo llamen. Y se sientan orgullosos. Y cuando crean que han encontrado un triunfo en su afán de reescribir no ya la historia sino la realidad, les cogeremos del hombro, celebraremos juntos el mundial, y les diremos: Oye, ¿ y tú sabes porqué la roja es roja y tú te identificas tan orgullosamente con ese color? ¿Verdad que sabes que es porque nuestros históricos Tercios se distinguían en el combate colocándose una prenda roja? ¿Tanto te gusta recordar la gloria de nuestras tropas llevando sus picas a los confines del mundo con su prenda roja, su Cruz de Borgoña, su águila bicéfala y su sangre por Dios y el Imperio?

Y mientras le administramos las sales y llamamos a un médico, comprobaremos que, de repente, se le ha pasado la euforia.

Igual estoy dando ideas y nos la cambian de color…

La banca quebrada

Fue hace ya varias semanas, y me pareció muy descriptivo. En un programa como El Gato al Agua, en el que con demasiada frecuencia se dicen cosas bastante disparatadas en alabanza al pepé sin que nadie se sorprenda, se acusó a Juan Manuel de Prada de «crear alerta social» y de proclamar «una locura».

Creo que Juan Manuel de Prada tenía mucha razón al afirmarlo: La banca española está quebrada. Y me reafirma en mi creencia la reacción indignada de los dos discrepantes.

Javier Nart parece coincidir con Prada, pero se equivoca gravemente en algo: Habla de que «fuera de los dos bancos y la caja que todos pensamos» los problemas son muy serios. Pues estamos aviados. Si uno de los que se salvan, si uno de los dos grandes bancos del «mejor sistema financiero del mundo» está como está, será cuestión de ir declarándolo en voz alta para hacernos a la idea: El sistema financiero español, al igual que el público, está ARRUINADO.

Para entenderlo: Ese banco ejemplar (hablamos del BBVA), el mismo que en los últimos años ha perdido 57.000 (cincuenta y siete mil) millones de euros de su valor en bolsa, ha necesitado que los usacas le saquen las castañas del fuego mediante una swap line para aprovisionar sus créditos en Liberty Land. Ese mismo gran banco que tiene un centro de estudios económicos que ha determinado -con dos cojones- que el sistema financiero español necesita 50.000 (cincuenta mil) millones de euros para reestructurarse. Más de ¡¡¡OCHO BILLONES!!! de pesetas que, por supuesto, tendremos que poner usted y yo. Vaya usted poniendo sus 4 billones que yo ahora cambio poner para los míos.

Y, por supuesto, los grandes políticos -de cualquier «gran» partido- y los medios no van a discutir que hay que poner esa pasta para que «el sistema se mantenga». Ninguno va a obligar a los bancos a decir la verdad sobre sus datos, y que los activos inmobiliarios que tienen dejen de estar valorados a precio de pelotazo y se pongan en precio de mercado REAL, es decir, a tres reales el metro cuadrado. No. Les vamos a permitir que sigan falseando sus cuentas y así mantengan esos falsos valores, y así las parejas jóvenes españolas tengan que seguir arruinando sus vidas para los próximos 30 ó 40 años para que esa pandilla de cabrones sigan, encima, poniendo la mano para que les pongamos los euros por miles de millones para que mantengan su chiringuito.

Repitan conmigo: La banca española está quebrada. Toda. Pero la mantienen conectada al respirador TODOS los partidos políticos y medios de comunicación, que utilizan al currito paganini de a pie como carne de cañón, para que siga metiendo pasta en el agujero para que aguante el tiempo suficiente de poder pagar la juerga -llámese campañas electorales o créditos que disimulen los impresentables agujeros de los grandes medios- y ya vendrán otros detrás a limpiar.

Todo esto está inventado y tiene nombre: Es una gigantesca estafa piramidal. Denunciarlo, para algunos, es una locura. Claro. Necesitan que la noria gire hasta que les llegue su parte. Y en eso están.

¿Y ustedes? ¿Seguirán enganchados a la noria o al remo de la galera? El problema es que para soltarse haría falta que la sociedad, en una gran proporción, le echara huevos al asunto. Y viendo el panorama…

Una pequeña propuesta de reducción de gasto público

Ya no me quedo en que no se les pague. Por supuesto que no se les paga. O en que se les eche. A patadas. Pero ya puestos, que además paguen una indemnización de su bolsillo.

Me refiero a los autores de la edición de este año del programa P.A.D.R.E. para la declaración de la renta. Impresentable. Llevo 15 años usando el programita y jamás he visto una versión más infumable que la de este ejercicio.

Supongo que el funcionario autodenominado informático responsable del engendro era de libre designación y con carné.

El viejo relojero

La relojería está detrás de casa de mis padres. La verdad es que sólo la visito cada vez que tengo que cambiar una pila de un reloj. El lunes fui otra vez. «A ver si con pilas nuevas andan estos dos».

Tiene el mismo aspecto desde hace décadas. Allí parece que el tiempo sólo pasa en las agujas de los relojes. Siempre con un aspecto impecable, siempre atento. Mientras hace su trabajo en una pequeña mesa, el viejo relojero no deja de hablar sobre la marca del reloj, sobre la fiabilidad de la máquina, sobre el modelo de pila que tiene que ponerle… Mientras me cuenta todo lo que sabe sobre cada detalle del trabajo que está realizando, yo giro una y otra vez sobre mí mismo, empapándome del ambiente de la pequeña tiendecita.

Recuerdo que la primera vez que la pisé, hará no mucho menos de 25 años, ya me pareció entrar en un lugar del pasado, en una tienda de aquellas que todos teníamos en el barrio y que una a una fueron desapareciendo con los tiempos modernos. La pared está salpicada de relojes, cada uno con una hora distinta, y cerrando los ojos quisiera uno dejarse acunar por los tic tac que lo llenan todo.

Entonces llega otro cliente y en lugar de relojes eléctricos sin alma como los míos, deposita en el mostrador un antiguo y precioso reloj de cuerda, de bolsillo, con su cadenita y todo. «Manolo, mira, el reloj del que te hablé». Al viejo relojero se le abren los ojos.

Sin dejar de dedicarme su mejor atención, me entrega mis relojes, mostrándome que ya están funcionando, me cobra, y me despide con su «muchas gracias, caballero, vaya usted con Dios» de siempre. Pero yo me hago el remolón, guardando la vuelta, comprobando el funcionamiento de los relojes… todo como excusa, para quedarme por allí mientras el relojero toma el reloj y empieza a hablar sobre los detalles exteriores del mismo, los años en los que se estilaban este o aquel adorno, etc.

Entraron los dos en el diminuto taller, y allí recuperé la imagen que siempre he tenido de él. Encorvado, con su lupa de relojero en el ojo y las pequeñas herramientas en sus nudosos dedos, que parecían rejuvenecer mientras inspeccionaba, diríase que diseccionaba aquella joya. Cada pieza, cada rueda, cada muelle, cada mínima parte de aquella maquinaria era su mundo, su verdadero mundo, y mientras explicaba la función de cada cosa al propietario, se le iba rejuveneciendo la voz, como quien describe los mejores momentos de su vida y deja escapar la emoción en cada palabra.

Allí los dejé. Al viejo relojero con su flaco cuerpo encorvado sobre la mesa del taller, las arrugas de su rostro envolviendo la lupa y sus manos, blanquecinas y nudosas, convirtiéndose en instrumental de alta precisión que acarician las tripas del centenario reloj. El viejo mostrador, de estropeado vidrio, bajo el que asoman los mismos despertadores que hace veinte años. Las feas pareces forradas imitando madera, de la que cuelgan decenas de cantarines relojes. Y a un hombre que se entrega apasionadamente a la profesión que alimenta su vida, con la garantía del éxito que otorga el cariño y la dedicación a lo que él sabe -y cómo- hacer.

Y allí dejé también al cliente, con la seguridad, desde la primera palabra del relojero, de que su viejo reloj, seguramente encontrado entre las olvidadas propiedades de un antepasado, está a punto de renacer.

Traspasando la puerta, la vida sigue a la carrera, sin dedicación ni cariño más que cada uno por su interés particular.

Enfermedad y coherencia

Parece que la noticia salió hace tiempo pero yo no me enteré hasta ayer. El Gobierno va a pedir -o ha pedido ya- a la OMS que descatalogue la transexualidad como enfermedad. Lo hace, como no, tras la petición de una federación de esas que dice qué tiene que pensar la gente según lo que le guste meter en su cama, y lo que deberíamos meter los demás.

Yo no voy a entrar ahora en las razones de la OMS para considerar la transexualidad como una enfermedad -bastante tiene la OMS con aguantar el ridículo de anunciar que va a mantener la alerta mundial por la gripe A para el próximo invierno- ni en los criterios médicos del gobierno y el impulsor monflorita de la petición.

Humildemente, y como en tantos otros casos, lo único que pido es coherencia: A ver, mi querido gobierno y sus amigos moñas que le marcan la progreagenda: ¿Me podéis explicar cómo coño casa eso de que lo que no es una enfermedad debe estar totalmente cubierto por el Sistema Público de Salud de toda España? ¿Por qué coño algo que no es una enfermedad puede llevarse varios millones de pesetas en cada tratamiento individual, mientras que determinadas vacunas para mis hijos, o las gafas de cuatro de los cinco miembros de mi familia no tienen ni una mínima subvención?¿Por qué tengo que pagarle a un no enfermo el que le pongan unas tetas y le castren, pero me tengo que pagar el que me quiten una muela?

El problema de esta gente es que no puede quedarse uno a gusto mandándolos a tomar por culo. Porque eso es lo que ellos quisieran.

Aquellos ojos verdes…

«Prueba, te das de alta marcando todo como oculto y lo pruebas». Mi santa me insistía para que me metiera en el caralibro (feisbuc, le llaman), emocionada día tras día tras encontrar ella a amigos de la infancia que tenía perdidos en el último rincón de los recuerdos.

Uno, a qué negarlo, lo tiene ya asumido: Soy un antipático, un soso, un malahe. Así que a quién voy yo a buscar. «Que no quiero,» -le decía- «que luego me encuentran y me dan palique y yo soy un antisocial y no me gusta hablar con la gente». «Pues te lo repito, lo pones todo como oculto y no te ven, sólo para probar tú y ver cómo es».

Caí. Maldita sea. Caí.

Y me dí de alta, con todo oculto (me encontraron 4 en la primera hora, cawen el súper sistema de privacidad del feisbuc) y me dediqué a buscar. La primera ráfaga de búsquedas fue un poco absurda. A mis hermanas, a mi mujer… ¿para qué los quiero en feisbuc si los tengo ahí al lado? Mis primos, a tantos kilómetros… ¿para qué quiero darme de alta si ya los tiene localizados mi santa? A mis compañeros de trabajo… leñe, si los veo a diario, para qué quiero tenerlos aquí… Entonces empecé a rebuscar en los recuerdos y tiré, tiré y tiré del hilo.

La primera decepción vino al no ser capaz de poner nombre y apellidos a tantos recuerdos que creía tener perfectamente catalogados. Pero lo peor estaba por llegar. Mientras buscaba, con cierto nerviosismo, a queridos, queridísimos amigos de la infancia, donde yo tenía tatuado en el recuerdo aquellos chavales de pantalón corto y rodillas llenas de heridas, con caras sucias y flequillos y remolinos empezaron a aparecer desconocidos cuarentones, con poco pelo, con muchos kilos y sin sombra de aventura, de aquellas aventuras que soñábamos y que nos comprometíamos a cumplir al crecer, en sus perfiles.

A ninguno de ellos les dí noticias mías. A nadie avisé de mi presencia. Me sentía como un niño tímido que asiste a una escena escondido desde una esquina sin atreverse a hacerse notar. Y recordé algo que le leí una vez a no sé quién… No debemos volver ilusionados a los lugares en que fuimos felices, porque lo que encontremos seguramente no tenga nada que ver con nuestros recuerdos. Entendí entonces que los kilos, las entradas y las canas que me desparrama el espejo a diario no eran cosas mías. Y todos mis recuerdos, efectivamente, sufrieron una infernal sacudida.

Estuve un rato más pensando si dejar un mensajito, un saludo a alguno de los encontrados. Pero me aterraba obtener como respuesta un demoledor «¿tú quien eres, que no te recuerdo?» Cuando ya, arrepentido de la experiencia, estaba a punto de cerrar la pestaña del navegador, encontré a una amiga de juventud. Amiga en el sentido exacto del término, con la que compartí confidencias y muchos ratos, alegres y tristes. Por primera vez, la foto encontrada no me escupía una pila de años a los ojos. Había cambiado, sí… pero su mirada verdosa seguía igual de serena, con ese fondo de tristeza con el que tanto me identificaba en ese momento. Tampoco le escribí ningún mensaje, pero al menos, aquellos ojos verdes de mirada serena como los del bolero, en los que me quedé un buen rato buceando y encontrando lejanas emociones, me sirvieron para cerrar el navegador con, al menos, un recuerdo felizmente renovado tras un suspiro, un leve suspiro… de más de veinte años.

Recortes

Durante el fin de semana, la prensa sigue trayendo ecos de los efectos del tijeretazo. Hay dos que me llaman la atención, porque reflejan la equivocación del enfoque. Tras el anuncio de la Junta de Andalucía de que recortará el sueldo a sus cientos de miles (que se dice pronto) de empleados públicos, se anuncia por parte de las representaciones sindicales de dos colectivos su adhesión a la huelga del sector público convocada para el próximo día 8 de junio.

Por un lado, los profesores de la escuela concertada  ya saben que a ellos también se les recortará el sueldo, y se suman al jolgorio. Por otro, el comité de empresa de Canal Sur anuncia que la cadena «irá a negro» en la jornada de huelga, y además dicen que lo hacen «porque el recorte amenaza el servicio público». Con dos huevos, y sin ponerse colorados.

Vamos a ver. Las cuentas públicas necesitan un recorte drástico y brutal. Pero sobre todo necesita racionalidad y valor. Ni una cosa ni la otra están ni se le esperan entre las condiciones de los encargados de hacer el recorte. La Junta de Andalucía -y extiéndase el argumento a toda la Administración del Estado, a nivel central, autonómico, provincial, local o lo que sea- no es que necesite bajar el sueldo a 350.000 empleados. Lo que necesita y lo necesita YA es no tener 350.000 empleados. Es un escándalo que un colectivo tan fundamental para la sociedad como los maestros reciban el mismo trato que una casta de amigotes colocados y de comisarios políticos que forman una irracional cadena de televisión cuyo único servicio a la sociedad andaluza es la de dilapidar uno tras otro cientos de millones de euros.

Es un escándalo que a técnicos de gran profesionalidad y eficacia que desarrollan su trabajo en la Administración del Estado se les reduzca el sueldo sencillamente para poder mantener en su puesto a cientos de miles de burócratas que acceden a la teta de la administración porque por ley tienen que crearse puestos de empleo público destinados única y exclusivamente a mantener un tejido mafioso de compra de voluntades y de aborregamiento de una casta infame -esa que sí merece todo el desprecio que encierran los típicos chistes de funcionarios- que jamás morderá la mano no ya que le alimenta, sino que le ceba.

Desgraciadamente, me temo que no veremos venir a un representante público con los bemoles suficientes de decir «señores, este desmadre se ha acabado. Vamos a cerrar todos los canales de televisión autonómicos y vamos a evaluar qué funcionarios son los que realmente hacen falta. Maestros, médicos, policías, etc. tienen su trabajo y su sueldo asegurado. De los cientos de miles de burócratas, veremos cuántos (una décima parte, posiblemente) hacen falta. El resto serán despedidos de aquí a 3 años. Hasta entonces gozarán de una reducción de jornada y sueldo del 50%». Lo del sueldo sería nuevo. Lo de la jornada ya se lo aplican ellos por su cuenta.

«Eso, y a los políticos bajarles el sueldo». Pues no. Lo de los políticos es exactamente igual. Un presidente de gobierno tiene que cobrar lo que tenga que cobrar. Y sinceramente no me parece que haya que recortar el sueldo fijado para el del Gobierno de España. Otra cosa es que el beneficiario actual de ese sueldo no me parezca capacitado para ejercer el cargo. Pero esa es otra. Lo que hay que hacer con la política es lo mismo: ¿Cuántos sobran? ¿El 90%? Pues a la puñetera calle.

Para esto, lo primero que hay que hacer es desmantelar, mejor ya que dentro de un rato, el Estado de las Autonomías.

Cualquier otro recorte, como el planteado por Zetapeitor, son maquillajes inútiles y tonterías. No hagan caso a ninguno que no coja el toro por los cuernos. Y para convencer a la chusma gobernante, démosles un empujoncito: De momento, todo impuesto que pueda dejar de pagarse, que no se pague. Ni un trabajo con IVA. Ni una sanción pagada por las buenas.

Impuestos para sostener un Estado Social, los que hagan falta. Para mantenerles la orgía a los del chiringuito, por mi parte, los mínimos posibles. Ni de circulación de vehículos, ni IVA en tal o cual factura, ni nada parecido.

¿Hacen falta recortes? Pues tomad recortes.

Oído al pasar

Tres o cuatro jóvenes, de ventipocos, hacen un corro en un rincón. Uno de ellos es el que lleva la voz cantante. Es de ese tipo de gente que habla a voces y sin parar de reír sus propias gracias. Está criticando «ar munisipá» de su pueblo, porque dice que «tá tó loco», y que «es mu creyente» y por eso «le ha puesto a tó los hijos nombres de apóstoles«.

En ese momento, un compañero de ellos, que sí está atendiendo a su trabajo, me devuelve mis papeles. Con gran esfuerzo consigo articular un «muchas gracias, adiós, buenas tardes» que está a punto de cortarse por la risa. Del rincón llega, a voces, la culminación de la frase: «Jesús, Moisés, Noé…»