Me entero por Europa Press de una propuesta lanzada por «asociaciones de padres» entre las que aparece en primer lugar la católica CONCAPA, sobre un cambio «en el calendario escolar y laboral».
Como ya nos vamos conociendo, sólo con ver el titular ya intuyo a qué apunta esa propuesta. Y desgraciadamente, acierto: Muy buenas palabras preocupándose por los hábitos que pierden los niños durante el periodo de vacaciones, mucho estudio psicólógico, pero al cabo pidiendo lo acostumbrado: Que los niños tengan menos vacaciones.
Yo soy padre de hijos en edad escolar (y lo que me queda) y puedo entender peticiones sobre horarios y calendario escolar en uno u otro sentido. Lo que me fastidia (con «j») es que me tomen por tonto. Porque a todas las personas que he oído defender el acortamiento de vacaciones y el alargamiento de horarios, repiten lo que han leído por ahí sobre hábitos y demás historias, pero la realidad es que todos los casos que yo personalmente he conocido, sin excepción, tienen una única motivación: No saben que hacer con los niños en las vacaciones. Y con todos ellos, sin excepción, acabo discutiendo, porque defiendo a rajatabla que el curso no empiece antes del 15 de septiembre ni acabe después del 22 de junio.
Y de la última gilipollez (que EP incluye en la noticia pero que afortunadamente no he encontrado que la católica Concapa defienda, menos mal) sobre que las vacaciones de Navidad (al menos no pone de Invierno) acaben con el Año Nuevo, ya ni les cuento. Eso no merece discusión, sino corte de mangas. A quien la proponga, a quien la defienda, y a los soplagaitas defensores del gordo cocacolero que inspiran semejante estupidez.
Bien, dicho esto, tengo que decir también que entiendo que hay muchas familias que tienen muchas dificultades para conciliar, como se dice ahora, vida familiar y laboral. Y hay que buscar soluciones, y darles oportunidades, y tener plazas de guarderías y actividades para niños en periodo no lectivo. Pero también es cierto que los esfuerzos se centran en pedir, simplemente, que el curso dure más, pero nunca en señalar la gran estafa que hemos sufrido y que además hemos aplaudido. Y esa estafa no es otra que el haber pasado de una generación -la de nuestros padres- que nos sacó adelante en la inmensa mayoría de los casos con un único sueldo y que nos atendió con toda la dedicación y entrega necesaria, incluso a tres, cuatro o cinco hermanos, mientras que ahora aceptamos y vemos normal que con dos sueldos necesitemos imperiosamente que los colegios abran todo el año y todo el día, porque si no «no se puede».
Bien, estudiemos ese «no se puede». ¿Y por qué no se puede? ¿No ha progresado enormemente nuestra sociedad? ¿No hemos crecido en bienestar? ¿No tenemos ahora más oportunidades, facilidades y medios que nunca en nuestra historia? Entonces, que alguien me explique: ¿Por qué hace 40 ó 50 años una familia con 2, 3 ó 4 hijos vivía con un único sueldo, pagaba su piso, daba estudios a sus hijos, que se convertían en licenciados convenientemente formados y encima ahora, cuando esos hijos pertenecen a la generación mejor preparada de la historia, les tienen que seguir ayudando económicamente?
Es cierto, hay muchas, muchísimas familias jóvenes que necesitan imperiosamente dos sueldos y además que los abuelos actúen de canguros forzados para poder soñar en pagar algún día su hipoteca, y esperar que el día de mañana puedan pillar alguna beca o subvención para intentar que sus hijos (o su único hijo, más bien) llegue a una universidad masificada e inútil de la que saldrán necesitando pagar unos estudios posteriores que les distingan del resto del rebaño. Familias jóvenes que ven como tienen prácticamente abandonados a sus hijos en periodos de vacaciones escolares. Si convenimos que la solución es abrir los colegios sin más, sin buscar razones ni culpas, estamos aceptando la estafa a la que nos han sometido.
Pero vamos a pisar algún charco más: ¿Cuántas familias analizan seriamente la opción de vivir con un sólo sueldo? No hablo de esas que irían en el caso anterior, para las que sería cuantitativamente imposible. Hablo de casos reales, que yo conozco y seguro que usted también. Parejas con relativamente buenos sueldos (no hablo tampoco de millonarios), que cambian de coche cada pocos años porque les gusta el nuevo modelo, aunque el suyo esté en buen uso, que disfrutan de vacaciones y viajes de placer en hoteles, que salen a cenar semana sí semana también, con los armarios surtidos de modelitos de marca y que no se privan de nada. De todo lo cual, yo me alegro enormemente. Pero que cuando sale el tema, salen con el consabido «es que no se puede». No se puede conciliar vacaciones, no se puede tener a los niños en casa. No se puede tener más de la parejita. No nos lo podemos permitir.
A ver, que todos me entiendan: Yo no le quiero decir a nadie lo que tiene que hacer con su dinero, con su tiempo de vacaciones, con sus hijos o con la junta de su trócola. Lo que no me gusta nada es que me tomen por tonto y pretendan que todos los niños, también los míos, tengan un mes más de curso por sus santos cojones. Y cuando ya dicen «huy, qué más quisiera, pero es que no se puede»… es que me tengo que morder las manos.
Tenemos, y termino, por tanto dos problemas bien diferenciados. El primero, que gran parte de una generación que está encadenada al remo de por vida, con unos salarios vergonzosamente bajos comparados con ese mismo entorno con el que nos comparan a la hora de subirnos precios y tasas, con tal de no salirse del manual del perfecto demócrata está dispuesto a seguir en pompa antes de denunciar la estafa a la que este régimen le ha sometido. Ha comprado la mercancía. Estamos de fruta madre. Todo va dabuten, que decía Glutamato. Mejor que nunca. Pobrecitos, mis padres.
El segundo, otra parte de esa generación entregada al signo de los tiempos del disfruta lo que puedas y no te compliques con esos seres tan molestos, déjaselos a tu madre y vámonos de parranda… y a ver si nos abren el cole en agosto que es que yo si no, no puedo vivir.
Y los autores de la estafa, descojonándose. Y una generación de chavales, con algo que técnicamente seguimos llamando infancia, aunque demasiadas veces no parezca tal.
Si esta sociedad tuviera conciencia, podría remorderle. Si tuviera. O tuviese.