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Tengo derecho a mi fiesta

No dejen de leer la columna de hoy de Eduardo Jordá en Diario de Sevilla:

Tengo derecho a mi fiesta.

He dejado allí un comentario que reproduzco porque todavía no aparece:

Magnífica columna en la que tan solo echaría en falta más insistencia, en paralelo al niño de ocho años con la blackberry, a las parejas mileuristas empeñadas hasta los ojos con dos coches caros en la puerta y vacaciones exóticas todo incluido que ahora, oh, claman porque descubren que hay que pagar la cuenta.

Las malas noticias

Oía (no escuchaba) de fondo la radio ayer por la tarde. En un momento dado, un fulano señala que el seguir los medios informativos tiene un punto de deprimente, porque desgraciadamente el 90% de las noticias son negativas. Y cita ejemplos: La prima de riesgo, la rozada suspensión de pagos usaca, la congelación del crédito…

El cuerno de África se muere de hambre y sed mientras los fondos de inversión del capitalismo occidental provocan que los alimentos básicos alcancen precios inalcanzables para millones de personas y resulta que para la mayoría de nuestros vecinos las malas noticias son que unos señoritingos no tengan dinero para pagar sus farras pasadas, sus caprichos imposibles, sus veleidades de nuevos ricos.

Que quiebre todo ya, por favor. Que reviente. Que se hunda. Cuanto antes.

Brevísima reflexión sobre la deuda

Hasta para alguien como yo, que abomina radicalmente de todo lo que tiene que ver con las finanzas (que no es lo mismo que la economía), me parece que es tan evidente…

Vamos a ver… si yo voy al banco a pedir un crédito y me prestan al 6% de interés… es caro, ¿verdad? Bien. Pero el problema ¿cual es? ¿Que me cobren el 6% o que yo vaya todos los días al banco a seguir pidiendo créditos para pagar los anteriores?

Pues eso tan evidente no debe serlo tanto, porque en estos tiempos en los que cualquiera de nuestros paisanos tiene un máster en macroeconomía y todos conocen desde que era pequeñita a la prima de riesgo (para mí la prima de riesgo siempre había sido mi prima B. cuando era niña, que no se le ocurría nada bueno), todos parecen considerar cojonudo que sigamos endeudándonos siempre que sea a un tipo más discreto.

Así nos va… y así nos irá.

Optativa… más o menos

Hace casi un mes me tocó entregar la matrícula para el próximo curso de mi hija mayor en el instituto público más cercano, dado que de momento, y a la espera de que la Providencia nos regale la posibilidad que hoy parece remota, no tiene plaza en el colegio religioso que sus padres quisiéramos. Entre la información a cumplimentar, indicar por orden de preferencia la asignatura optativa que se quiere cursar.

Eso de que algo sea optativo (que viene de optar, elegir algo entre varias cosas) y que haya que consignar por preferencias ya suena raro, pero bueno. Las opciones: Francés, Refuerzo (de la asignatura de Lengua), Teconología y… algo identificado como «Cambios sociales y de género». Evidentemente esa última opción es de la que más hablamos en casa. Concretamente, nos planteamos si tacharla con un rotulador, taparla con tippex o manipular el documento para imprimirlo sin que ni ESOsiquiera aparezca. Finalmente simplemente marcamos la opción de Francés y punto.

Día 1 de julio, 9 de la mañana, una fila de padres (genérico neutro, la mayoría eran madres, en mis tiempos estoy no había que explicarlo, pero hoy en día tengo la duda) esperamos ser atendidos por un hombre y una mujer que van atendiendo alternativamente para entregar los papeles. Soy el cuarto o quinto, y por la proximidad me entero cuando a una de las primeras madres atendidas se le indica que las optativas «hay que marcarlas todas indicando preferencia del 1 al 4». Intuyo que la vamos a tener. Vaya si la vamos a tener. El hombre sale y en voz alta se dirige a la fila «A ver, por favor, para las optativas hay que marcarlas todas por orden de preferencia. La que ustedes prefieran como primera, el uno, la siguiente el dos, la otra el tres y la última el cuatro, ¿vale?»

Los de la fila nos miramos. Yo no digo nada, pero todos, absolutamente todos aquellos a los que veo y oigo, una vez que el hombre vuelve a su puesto, comenta «si sólo quiero francés».

Llega mi turno. La amabilísima señora que me atiende y a la que en las pocas visitas administrativas que hemos hecho al centro todavía no hemos conseguido dar con una gestión que conozca y sepa hacer sin problemas ni equívocos mira los papeles y va leyendo entre dientes lo que hemos rellenado en ellos. Al llegar al apartado de «Religión», en el que aparece que sí deseamos que la alumna asista a la clase de religión, señalando a continuación la casilla de «Religión católica», levanta la mirada y me dice «¿…y si no?» Me quedo -supongo- con cara de gamba parturienta y sólo atino a balbucear «si no… ¿qué?» La mujer empieza a explicarse, intuyo que en ese momento se da cuenta de que se ha liado y sobre la marcha cambia: «que si no da religión… porque si no… esque… o sea, la optativa, que tiene que indicar la preferencia». En una gesto de maldad por mi parte, tenso la soga a ver cuándo se cae de culo: «¿porqué, si yo sólo quiero francés, no quiero otra?» «es que si no se forma el grupo…» «¿de qué?» «de la asignatura que elija» «¿y porqué no se iba a formar?» «porque no haya niños» «¿dónde?» «no, que no haya niños para un grupo» «¿un grupo de qué?» hasta que se queda con la boca abierta unos 15 segundos sin saber qué decir… hasta que ve irse a la madre que está a mi izquierda siendo atendida por el caballero de antes y rápidamente se agarra a ello: «ahora se lo explica fulanito, el jefe de estudios… fulanito, perdona, lo de las optativas, que este señor dice que sólo quiere francés». El -por lo visto- jefe de estudios empieza dejando claro que lo acababa de decir en voz alta (una manera de decir «capullo, te lo acabo de decir») e insiste en que debemos marcar todas las opciones por orden de preferencias.

«Ya, pero es que mi preferencia es francés, francés o francés.»

Toma aire. Pone cara de magnífico profesor que tiene que rebajarse a explicarle las cosas al tonto de la clase. «Mire, eso hay que hacerlo así porque, verá: Imagine usted que sólo 10 niños piden la asignatura. No se podría formar el grupo y entonces no se daría esa asignatura, y pasa a la siguiente…»

«Ah, por eso no se preocupe, que niños para francés habrá de sobre.»

«Sí, bueno, pero eso no es la cuestión, la cuestión es que hay que indicar las preferencias, por orden de…»

«Ya, si ya me lo ha dicho dos veces pero es que, mire, pone optativas, ¿lo ve? y yo opto porque mi hija de francés, y opto porque no de las otras asignaturas, ¿entiende?»

«Pero es que si el grupo no sale, la niña tendrá que ir a otra asignatura.»

«Pues entonces no me digan que hay asignaturas optativas. Si son optativas yo opto por francés. Además, es que…» (intento construir una explicación lo suficientemente descriptiva de la náusea que me produce la posibilidad de la asignatura de marras, pero me corta)

«Pues si no hay francés la niña tendrá que dar otra asignatura.»

«Bueno, pues eso ya lo veremos si es que no puede dar francés, pero usted me pregunta la opción y le doy la opción, porque además…» (vuelvo a intentar un desprecio a la asignatura… nuevamente cortado)

«Bueno, pues la niña irá entonces a la asignatura que se le mande y…»

«No, perdone, si es optativa, mi hija irá a la asignatura que yo elija, no a la que ustedes decidan.»

«Mire, yo le pongo aquí el 2, 3 y 4 en las otras y ya está, y si hay algún problema en septiembre lo vemos.»

Doy un manotazo en la mesa, tapando el papel sobre el que él ya se disponía a escribir y me autoacojono de lo tajante que soy: «Ese papel está firmado por mí y usted no pone ni quita ni una coma.»

Yo me he autoacojonado, pero él está flipando: «Lo firma usted pero lo entrega aquí.»

«Pues usted si quiere le grapa un anexo o no me lo recoge, pero lo que yo firmo no lo manipula usted para que luego me digan que la niña acude a la asignatura que no se quién decida argumentando que era una de las aceptadas por mí.»

Tengo mi papel sellado y la plaza concedida. Supongo -mejor dicho, me temo- que en las estadísticas del próximo curso aparecerá que n alumnos han cursado la innovadora y maravillosa asignatura de «Cambios sociales y de género» porque la marcaron entre sus opciones.

Pero al menos en mi casa, no.

Eso sí, me fui con la pena de no haber manifestado claramente y para que todos me escucharan que todo era por el asco que me da la simple presencia como opción del engendro.

Esperemos que de aquí a inicio de curso la Providencia decida no probar hasta dónde se puede tensar la cuerda. Pero si hay que tirar… tiraremos.

Eugenesia preventiva

Entre los miles de horrores que los medios nos escupen a diario, no puedo evitar sentir náuseas y una lástima infinita cada vez que leo sobre un caso de aborto. Y esta vez no ha sido diferente. Eso sí, el medio en cuestión no pone el acento en el asesinato de un niño de seis meses sino en que se investiga si el diagnóstico que motivó el aborto era correcto. Me estremece ver que quien solicita la investigación, además, es una asociación que tiene los huevos de llamarse «El defensor del paciente».

Los huevos, digo, porque esta asociación dice luchar contra las negligencias médicas y en defensa del paciente que sufre abusos y errores en la atención sanitaria. Lo cual, en teoría, es muy de agradecer. Salvo que no tengo noticia de que esa asociación defendiera en ningún momento al niño de seis meses del abuso médico mayor que puede cometerse, que es valerse de un quirófano para acabar con la vida de uno. O quizá es que como el niño no paga, no tiene derecho a ser considerado paciente.

Pero parece que no. Que el problema, el hecho denunciable, no es la muerte del inocente indefenso, sino que fue después de exterminado «el problema» cuando apareció un informe que indicaba que «no era necesario» el asesinato. Y está muy bien que alguien pida una investigación cuando un dictamen médico es erróneo, pero nadie parece extrañarse de que los padres de la criatura eligieran agilizar en todo lo posible el asesinato de su hijo para acortar plazos, sin acudir, como cualquiera haría si le diagnostican cualquier complicación medianamente importante, a una confirmación o segunda opinión.

Se centra ahora la discusión en si un informe llegó pronto o tarde, si el diagnóstico era erróneo o simplemente necesitaba mayores pruebas… Pero ni una palabra acerca de que al parecer, si el niño efectivamente tenía un problema congénito en sus extremidades, entonces era un cacho de carne molesta y eliminable, sin plantearse rehabilitación posterior al nacimiento u otras posibilidades. ¡Ah! pero si el niño sí estaba sano, entonces nos lamentamos de que acabara en el cubo de la basura, ese que destinamos, en nuestra avanzadísima civilización, para despojos de enfermos, «cargas» no convenientes en este momento, criaturas del sexo contrario al que nos apetece, o simplemente feos.

Qué asco. De todo.

Santiago

Señor Santiago: En el día en que invocamos tu protección sobre España, te rogamos intercedas por la tierra que cubrió tus restos, para que sus gentes recuerden el corazón que alberga bajo ella y sigan el ejemplo de quien enfiló el fin de la tierra para predicar el Evangelio y quien encaró el martirio con Su Nombre en los labios y el fuego de Su Palabra en el corazón.

Santo Apóstol Santiago. Mártir de Cristo. Hijo del Trueno. Patrón de España: Ruega por nosotros.

El loco útil

Sonrío maliciosamente al leer al Señor Embajador cuando dice que no sabe «lo que ha pasado en Noruega, pero estoy convencido de que lo que ha pasado no se parece mucho a lo que los medios dicen que ha pasado.»

Maliciosamente, digo, porque no puedo dejar de pensar en que hace apenas unas semanas concluía yo que en el norte de Europa empezaban a sonar voces que en voz más alta que nunca discutían sobre las bondades de la situación social y del camino de la construcción europea.

Y, pobre de mí, pensé que ya estaban tardando en sacar a un loco que hiciera el papel de espantajo a sacudir como peligros del nacionalismo y el euroescepticismo.

Palabrita. Lo pensé. Hace pocas semanas.

También me ha sacado otra sonrisa igual de maliciosa la insistencia de la prensa española de que el detenido por la locura ocurrida en Noruega es «alto, rubio y de ojos azules».

Cielos.

En Noruega. Alto, rubio y de ojos azules. No puede estar más claro.

¿Verdad?

Descansen en paz todas las víctimas.

Edito: Muy interesante entrada a la que llego desde un comentario en la ya enlazada del Embajador

La tonta

Me cuesta retomar el hilo de la bitácora. Por varias cosas. Una de ellas es la rabia que me da el no ser capaz de reconstruir entradas que durante estas semanas iba esbozando en mi cabeza ante determinadas cosas que veía por la calle. Ahora recuerdo algunos detalles, pero no soy capaz de poner en pie lo que quise en su día.

En el fondo así es como me gusta(ría) escribir, tomando al vuelo un sucedido, exponiéndolo y usándolo para sacar conclusiones, derivadas, moralejas… o como simples excusas para contar algo. Y como he dicho siempre, sobre todo para consumo propio, como bloc de notas. Pero con el paso de los días y mi mala cabeza, esas notas se me han borrado y ahora el intento de recordarlas tapa el paso a otras entradas nuevas.

Una de esas cosas que vi por la calle y que me anoté mentalmente para escribir sobre ella ocurrió una tarde cuando acababa de salir de la oficina y llegaba al coche, aparcado a 10 metros de la entrada de uno de esos sitios de «piscinas de bolas» para celebraciones infantiles, enmarcado en un centro comercial.

Llegaba al coche, llave en mano y a paso vivo, y de detrás de un monovolumen nuevo y totalmente equipado aparcado dos sitios más allá apareció una mujer aparentemente más joven que yo, móvil último modelo en la oreja, y volumen al máximo. Me sorprendió la frase: «MAMÁ, TÚ NO SERÁS TONTA, ¿NO?». Al principio la tomé en tono jocoso, pero pronto advertí que no, que estaba de cualquier cosa menos de broma.

En el tiempo necesario para llegar al coche, abrir el maletero, dejar algunas cosas, abrir la puerta, montarme e irme, tuve ocasión de seguir oyendo la conversación. Bueno, esta parte de la conversación. O mejor, esa parte de la discusión. Insisto en que el volumen de la individua estaba al máximo y que se encontraba apenas a 5 metros, no es que yo pegara la oreja. Además creí advertir que ante la presencia de no optó por la discreción que yo entendería como lógica cuando alguien discute por teléfono y hay terceros en la costa, sino que antes al contrario, se enardecía.

Me quedó claro que la interlocutora efectivamente era su madre y que el problema estaba en que mi vecina de aparcamiento había indicado a su progenitora que a tal hora y en ese sitio estuviera con «la niña» porque tenían un cumpleaños. Cita a la que la venerable abuela parece que había faltado por encontrarse en otro parque de bolas sito en otra zona comercial y probablemente en otra población. Todo ello aclarado con los correspondientes «mira que te dije», «coño, es que no te enteras» y «eso cómo te lo iba a decir yo, mamá, anda ya, que estás tonta» con una cargantísima dosis de desprecio en la voz. Ya en mi coche, saliendo marcha atrás y girando hacia la salida, la tuve delante mismo del morro. No, no aceleré disimuladamente, sólo la contemplé. Vestía ropa que parecía cara, llevaba algunas joyas, estaba maquillada y lucía escote y piernas. La mano que no ocupaba el móvil, con las uñas pintadas de un rojo intenso, la movía repetidamente haciendo que contundentes pulseras tintinearan y extendía y flexionaba los dedos repetidamente. Por lo visto «la niña» tenía que haber estado allí hace ya… 7 minutos. Inadmisible.

Pasé despacio por su lado, sin dejar de mirarla, y salí. Todavía me dio tiempo a verla por el espejo una vez más. No dejaba de vocear, de gesticular, de mover las manos.

Imaginé la escena al otro lado de la línea: Una señora mayor que, disfrutando de su jubilación, pasará los días, o al menos las tardes, cuidando de su nieta, preparándole la merienda, llevándola al parque, contándole historias y jugando con ella. Imaginé los despertares de la buena señora, pensando en qué darle de comer a su nieta, con qué sorprenderla, qué tenerle preparado para la tarde. Y además, encantada de hacerlo, pese a que notaría mucho los años pasados desde que pensó que ya había dejado de bregar con niños pequeños.

Y entonces supuse que mi vecina de aparcamiento sería una mujer de su tiempo, moderna y liberada, a la que la canguro se le marchó dando un portazo al primer «tú no seras tonta, ¿no?».

Y ya no pensé mas en ella, ni en su madre, ni en su hija.  Hasta hoy que las he recordado mientras repasaba en mi memoria la mezcla de amor apasionado y respeto reverencial que teníamos a nuestros abuelos. Supongo que fruto del ejemplo de amor y respeto por ellos que nuestros padres nos dieron.

18 de Julio

En los últimos días, y supongo que hoy se multiplicará por cientos, varios medios están recordándonos que hoy 18 de julio se cumplen 75 años del golpe militar (1) que derrocó a la legalidad democrática republicana (2) instaurando una dictadura fascista (3) por cuarenta años. Supongo que estos mismos periodistas son los herederos naturales de los que compusieron, hace hoy 75 años, la portada histórica del periódico La Voz, en la que destacaban, hablando del levantamiento el día anterior del ejército de África, que «Nadie, absolutamente nadie, se ha sumado en la Península a este absurdo empeño«. Y si alguien, a la vista de lo que hoy nos cuentan, reúne fuerzas para disentir, seguirá la herencia natural de aquella portada que advertía: «Serán considerados facciosos quienes propalen que se ha declarado el estado de guerra».

He numerado los 3 puntos principales en que se basa la historia actual, debidamente revisada por el Ministerio de la Verdad, para recordar lo ocurrido hace 75 años. Y desde luego ninguno de los tres puntos tiene desperdicio:

1.- El Alzamiento Nacional no fue un golpe militar. Uno de sus componentes, evidentemente de gran importancia, fue militar. Pero si no hubiera detrás un componente civil y social, hubiera sido una escaramuza aplastada en horas. Las palabras de Gil Robles en el Congreso pocos meses antes exponían una situación dramática: Media España se resistía a morir a manos de la otra media. Media España (o bastante más de media) se alza no contra la otra media, sino defendiéndose de esa otra media. El 18 de julio se alzaron algunos jefes y oficiales, pero sobre todo se alzó un pueblo.

2.- La II República Española nació muerta. Lo que hoy nos presentan como idílica experiencia democrática tuvo poco -o nada- de eso y mucho de ajustes de cuentas políticas, lavados de cara ridículos y laboratorio revolucionario. El indigno abandono del cobarde y embustero Alfonso XIII arrojó al país al caos, y lo que pudo ser una ilusión de regeneración y progreso pronto quedó en evidencia como el escenario de las reyertas políticas más indignas. En un clima de enrarecimiento progresivo, el PSOE da el tiro de gracia al engendro republicano cuando en octubre de 1934 se levanta en armas por no aceptar el nombramiento de dos ministros del partido más votado en las anteriores elecciones. Los discursos de los líderes socialistas, particularmente del llamado «Lenin Español», José Largo Caballero, no dejan lugar a la duda, y es de agradecer que al menos él no se escondiera: Si las urnas les dan a ellos la victoria, sea aceptada la democracia. Si no, suenen las armas. Es un hecho incontrovertible que el Frente Popular, que se alzó con la victoria electoral de febrero del 36 con más que sospechas de fraude, no preparaba otra cosa más que la revolución que instaurara la «dictadura del proletariado» y colocara a España como satélite soviético.

3.- El Estado surgido del 18 de julio puede ser muchas cosas. Pero no fue una dictadura fascista. Y si por fascista se entiende al componente falangista de sus primeros años (que ya sería entender), de ese componente lo que surgen son cosas tan dictatoriales como el seguro obligatorio de enfermedad, la seguridad social, las universidades laborales o la construcción de viviendas que hoy llamamos de protección oficial… ¡ojalá hubiéramos «sufrido» ese fascismo antes y durante más tiempo!

Después del 18 de Julio vino la guerra, una guerra tremenda, con miles de muertos, con crímenes horrendos, con devastación, con dolor, con familias rotas… También con heroísmo, con ejemplos de bravura y honor en ambos bandos, con bravos españoles que lucharon por su idea de España en una y en otra trinchera. También con otra guerra civil dentro del bando rojo, con los comunistas aniquilando a cuanto discutiera las órdenes de Moscú y la misión principal de instaurar su revolución y no luchar por la República y muchísimo menos por la democracia que tanto despreciaban.

Todo eso es cierto.

Pero el 18 de julio de 1936, esa España que se resistía a ser aplastada por la otra media, la que se levantaba en armas cuando no le gustaban los ministros, la que declaraba independencias, la que asaltaba y quemaba iglesias, la que tiraba bombas a los pasos de Semana Santa, la de los presidentes de la república que despreciaban públicamente a los curas asesinados y permitían en enseñoreamiento de los asesinos, la que mandaba a sus pistoleros pagados con los presupuestos generales del estado a asesinar a portavoces de la oposición; esa España se resistió a morir. Y se alzó.

Y aún hoy, a pesar de que por ello seamos señalados, despreciados, insultados o amenazados, algunos seguimos agradeciendo a nuestros mayores que un día como hoy de hace 75 años se resistiesen a morir. Y nos salvaran de esa infecta horda, cobarde, traidora y asesina a la que los gilistoriadores de hoy llaman «legalidad republicana».

Con mi canción la gloria va: 70 años

Tal día como hoy, 13 de julio, hace 70 años partían desde España los primeros combatientes que formaron la División Azul. Un contingente inicial de 18.000 hombres de los más de 46.000 que compondrían una memorable página de honor y gloria de la que todo español bien nacido debe estar orgulloso y de la que otros muchos abominan y se avergüenzan, por odio o por ignorancia.

Su espíritu de sacrificio, su valor, su idealismo y su grandioso sentido del honor distinguieron pronto a aquellos miles de voluntarios mal entrenados y mal preparados como una auténtica fuerza de élite.

Respetados por el enemigo, admirados por quienes lucharon a su lado, recordados por el pueblo ruso que encontró en ellos no a un invasor sino a un libertador que siempre le respetó.

Sangre española que tiñó de rojo y gualda la nieve del Este. Gloria hispana que acrecentó su leyenda en tierras lejanas. Caballeros que llevaron el sol a un mundo sombrío y Dios a un cielo vacío.

Honor y gloria a ellos.