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Ojú, qué tapa

Lo divertido de las campañas electorales siempre ha sido ver qué propuesta surrealista imagina un candidato para llamar la atención. La diferencia con las campañas de hace veinte años es que entonces, cuando uno decía una chorrada, nos reíamos todos, mientras que ahora, como cada día hay más tontos por metro cuadrado, son muchos los tontos votantes que aplauden al tonto votable.

De momento en Sevilla el primer premio se lo lleva el candidato socialista, Juan Espadas. El gachó se encerró con una asociación de hosteleros sevillanos y como muestra de lo comprometido que está con el sector, soltó que cuando gane creará un «centro de interpretación de la tapa». Yo supongo que el buen hombre lo que quiere es potenciar el turismo gastronómico en Sevilla, o algo así. Pero alguien que suelta semejante perla, demostrando que tonto es para un rato, no desentona si su auditorio no se levanta inmediatamente y lo manda a tomar viento. Así que el tonto votable, entre los tontos votantes, pues no destaca.

Porque, vamos a ver, yo lo que quiero saber es qué coño es un centro de interpretación de la tapa. Y de la tapa típica sevillana, además. Resulta que a esta panda de giliprogres ahora les ha dado por el centro de interpretación de lo que sea. Y que semejante cosa es un, según dicen: «equipamiento cultural, cuya función principal es la de promover un ambiente para el aprendizaje creativo, buscando revelar al público el significado del legado cultural o histórico de los bienes que expone».

Cualquier cosa que se monte, o que esté ahí de toda la vida, pues colocamos a alguien con una gorra y una credencial, administrando el Centro de Interpretación del Nosequé Autóctono. ¿Que hay unas ruinas romanas? Pues el centro de interpretación te explica para qué servían esas galerías en ese anfiteatro. ¿Que abrimos una exposición sobre algo? Pues el centro de Interpretación te dice qué coño ha querido representar el «artista» cuando desperdigó mierda de gato y hierros oxidados por medio de la sala.

Y al lado del Parlamento Andaluz, propongo, un Centro de Interpretación de la estupidez autóctona.

Es que ya me veo al cuñado tonto de Espadas, con su uniforme y su acreditación, recibiendo al grupo de japoneses y exponiendo, al rítmico son del clic clic de las cámaras, la interpretación de las tapas: «Miren ustedes, la pringá puede tomarse como un exponente de la particularidad antropológica del sevillano, que se quedó con hambre después de cargarse los garbanzos y la sopa del puchero y rebañó con pan la zurrapa del fondo». «Seguidamente tenemos aquí un lebrillo de gazpacho. Encontramos evidencias históricas de su consumo en estas tierras desde hace milenios, lo que demuestra que nuestra ciudadanía fue pionera en el uso del frigorífico.» «Y ahora vamos a disponer un ambiente creativo para revelarles el significado de este jamoncito de Huelva cortado así de finito, que junto con el muy tradicional marisco andaluz, demuestran sin lugar a dudas que nuestra tierra goza de la democracia más antigua del planeta, puesto que allí dónde hay jamón y gambas, nunca falta un legítimo representante de la voluntad popular.»

Ojú, qué tapa. Digo, qué tropa.

Sobre la legalidad de Sortu

Llevo bastantes días, desde que salió el caso, pensando en escribir algo al respecto de Sortu, la nueva marca de Batasuna, y el debate sobre su legalidad. Lo he ido demorando, sinceramente, porque no me apetecía hacerlo. Y sigue sin apetecerme. Pero como en círculos cercanos ya he entrado un par de veces en el tema, lo dejaré aquí por escrito.

Condición de partida: Evidentemente me gustaría la presencia de Sortu en las elecciones mucho menos aún que un par de patadas en la entrepierna. Ahora bien, el debate que se está presentando me parece que se puede reducir a la frase que en los días siguientes a la presentación de los estatutos de la panda esta pronunció en su programa Carlos Herrera. Decía, y no es literal sino mi recuerdo: Es que, claro, han puesto lo que dice la ley, justito justito para que cuele, pero ni un milímetro más allá.

Claro, Herrera. Es que de eso se trata.

Vamos a ver. En su día se hace una ley dirigida exclusivamente a que Batasuna deje de ser un partido legal, con acceso a dineros públicos o a administraciones o autoridades públicas. Y se dice que como premisa fundamental, no podrá optar a participación electoral si no se posiciona contra la violencia etarra. Ahora llega Sortu, qué cabrona, y dice que «rechaza» la violencia. Y salimos corriendo a pillárnosla con papel de fumar: Es que está rechazando a partir de ahora la violencia, pero no está condenando los crímenes anteriores, ni pidiendo perdón por ellos, ni haciendo que los culpables indemnicen a las víctimas.

Vale. Entonces, desde la ignorancia… ¿alguien ha pedido a esa parte del partido socialista vasco que se formó a partir de Euskadiko Ezkerra, con gente procedente de ETA político militar, ETA Zaharra y ETA Berri, que condene, pida perdón e indemnice a sus víctimas, a todas sus víctimas? ¿Alguien ha prohibido tener representación pública a Santiago Carrillo Solares, a quien yo personalmente le he oído decir, con todas sus letras, que él condena a ETA a partir de cierto momento pero que entiende el uso de la violencia antes de ese momento?

Si se hacen leyes para evitar situaciones concretas, puede pasar que al variar -aunque levemente- la situación, la ley no sirva, o tenga resquicios. No tengo información ni formación legal para saber si estos resquicios son tales o hay otros parches. Pero lo que sí me parece evidente es que los mismos que dicen que no puede admitirse a Sortu mientras no condene tal o cual asesinato, no actúan o actuaron de la misma manera con otros aplaudidores de asesinos.

– Ya. Entonces les dejamos, ¿no? ¡Al final vas a estar del lado de los herederos de Batasuna!

– Oiga, no se confunda. Los que hace 30 años que pedimos que se ilegalicen los partidos separatistas no tenemos la culpa de sus complejos. Busque a los culpables y exíjales a ellos, no a mí, responsabilidades sobre este berenjenal.

– Pero ¡qué disparate! ¿Y la democracia? La Constitución ampara…

-¡Mire! ¿Lo ve? Al final se va a responder usted sólo.

La carta

Como todos los medios días, llamo a casa a ver cómo ha ido la recogida del cole, los deberes que tenemos, las peleas entre hermanas que hay que castigar… Lo normal es que sea mi santa la que me atiende el teléfono, habitualmente con voz de hartazgo mientras el personal pasa de ella y no colaboran como debieran, o se entretienen en pelearse en lugar de quitarse y colgar los uniformes…

Esta vez es mi hija mayor quien descuelga: «Hola papi, yo ya he recogido lo mío, ¿eh? Y vamos a comer. ¡Y tienes una carta!» «¿Una carta? ¿Y quien me envía una carta?» «Pone que es de Cajasol.»

Sonrío y le pido que la deje por ahí. Cuando cuelgo no puedo evitar echar la mente atrás, muy atrás, unos 25 ó 30 años atrás. Y ese ritual de abrir el buzón y rebuscar esa carta entre las del banco, de la compañía de la luz, de la del agua… La mayoría de las veces para no encontrar nada. Las menos, para adivinar entre sobres alargados, ventanillas transparentes y letras mecánicas, una carta más cuadrada, una dirección escrita a mano, un remite que evocara las vacaciones, un oasis entre el eterno curso, en esa inmensidad que transcurría entre el final de unas vacaciones de verano y el inicio de las siguientes.

Recordé las desilusiones sentidas cuando, a punto de rasgar la solapa, descubría que no era mi nombre el que aparecía en el sobre, sino el de alguna de mis hermanas. Recordé la ilusión que encerraban aquellas pocas líneas garabateadas, que exponían y generaban unos planes para la próxima ocasión que luego raramente se cumplían. Pero daba igual, alentaban las ganas de llegar a la orilla del 23 de junio.

Y evoqué aquella ilusión ante la rugosidad del basto papel, descifrando alguna palabra garabateada o ignorando algún tachón, riendo ante lo anotado al margen, comprobando los días transcurridos entre la fecha de la carta, la del matasellos y la del día en que caía en mis manos para ser leída en pocos minutos, una y otra vez, sabiendo siempre a poco pero descubriendo en cada relectura un matiz antes no observado.

Y hoy he querido comparar. Y abro el Thunderbird, el programa que uso para el correo electrónico, y busco los nombres de mis amigos. Y encuentro un reenvío aquí, una cadena allá, una foto de familia enviada de un solo golpe a toda la pandilla con un saludo genérico, con unas frases y preguntas retóricas y repetitivas «¿qué tal la familia?» «¿y el trabajo?» «por aquí vamos tirando» «cuánto tiempo sin vernos» «a ver si coincidimos» «ya me contarás»… Y con hipócrita ilusión contestamos «pues los niños muy mayores», «precisamente hace unos días me acordé de ti»…

Abro el sobre de Cajasol y recuerdo a mi padre, siempre meticuloso, extrayendo los recibos del banco, trasladando los números a su cuaderno de cuentas, apartando recibos para comprobar los gastos, convocando a los hermanos para mostrar el facturón recibido de telefónica y pedir explicaciones…

Pero yo sólo lo abro, lo hojeo y lo ojeo, lo vuelvo a guardar y lo dejo en el mismo montón de papeles que un día se romperán y tirarán. No tengo que hacer cuadres porque los hice sobre la marcha, a golpe de ratón. Ese golpe de ratón que hace inútil la carta del banco. El mismo que, cruelmente, nos hace olvidar la rugosidad del sobre al ser rasgado, la sensación de estar mirando a los ojos a quien escribe al notar en el cambio de su trazo la alegría o la tristeza, la evidencia del despiste corregido con la nota al margen…

Y mientras pienso todo esto, cojo un curioso mensaje que me envía un amigo al que hace años que no veo para reenviárselo a aquel del que no se nada personal desde que cambió de trabajo hace dos años.

La era de la comunicación, la sociedad de la información, la aldea global. No hay distancias ni trabas a la comunicación. Todos estamos conectados. Permanentemente. Maldita sea.

Salarios por productividad

La propuesta de la Merkel de fijar los salarios no en base al IPC sino a la productividad puede parecer que encierra mucha lógica. Si la empresa crece, crecerán los salarios. Si no, ajo y agua. Bien, podríamos establecer muchas e interesantes discusiones, sobre cómo se mediría esa productividad, a qué controles estaría sometida, qué productividad se espera de un país que cada vez tiene menos industria realmente productiva ni exportadora… Pero no me voy a meter en eso, tan sólo me voy a parar en dos datos.

Partiendo, como digo, de que la propuesta, aislándola de las circunstancias, puede parecer que encierra su lógica.

Dos datos, decía:

1.- Cuando la economía española navegaba viento en popa -sobre el papel, ya sabemos que eran cuentas trucadas, pero para entendernos- el Estado Español, en un plan perfectamente urdido por el entonces presidente Aznar, con la complicidad del jefe de la oposición Sr. Rodríguez, se estafó y robó a los asalariados españoles falseando miserablemente las cuentas a fin de poder entrar en el euro, dando como ciertos y oficiales unos índices de precios al consumo absolutamente falsos, que supusieron una pérdida de poder adquisitivo para el españolito de a pie de varias decenas de puntos porcentuales. Lo dicho: Un robo, una estafa, perpetrada por el gobierno popular de la que jamás nos recuperaremos.

2.- Ahora precisamente lo que se quitaría es ese índice como base para el recálculo salarial. Y nos venderán que es lógico que a más productividad, a más beneficio, más salario. Nos venderán la vieja aspiración de la participación del obrero en los beneficios producidos. Y nos lo venderán como avance y adaptación de eso que llaman «modelo productivo» a eso que llaman «países de nuestro entorno». Y lo harán a la mayor brevedad para que esté así establecido… justo antes de que de aquí a unos pocos años los índices de precios al consumo se planten en el 7 u 8%. Es decir, una nueva pérdida brutal de poder adquisitivo.

Una última reflexión, por aquello de adaptarnos a los países de nuestro entorno. Este fin de semana estuve charlando con mi amigo D. Trabaja para un banco europeo y su domicilio laboral está en el extranjero, aunque parte de su trabajo lo hace desde aquí. Le conté lo que me explicó mi amiga A., que trabaja en una multinacional europea con domicilio laboral en el extranjero aunque trabaja desde Madrid. Y él me confirmó que en su empresa pasa lo mismo: En ambas compañías, cuando van a tratar con su filial en España, tienen una consigna: Está terminantemente prohibido que los españoles sepan lo que cobran sus compañeros de empresa en otros países. Porque igual el que un director a nivel nacional en España cobre menos -pero mucho, mucho menos- que un encargado intermedio de cualquier país de nuestro entorno -ojo, de la misma empresa, con los mismos balances- podría llegar a jo…robarle bastante.

Eso sí, como dice mi amigo V., el pringao de aquí si se entera siempre podrá decir «Sí, pero como se vive aquí, no se vive en ningún lao…»

Demoledora pregunta para cada mañana

He podido ver que la frase concreta, así como toda la charla en la que se incluye, circula por la red desde hace años y tiene bastante difusión. Sin embargo yo no la leí hasta ayer por la noche. Se trata de una intervención de Steve Jobs (el creador y jefe de Apple) en un acto de graduación universitaria. La charla es bastante interesante en global, pero tiene algo muy concreto que encierra una actitud absolutamente demoledora. Dice Jobs que desde que dejó los estudios a los 17 años, y hasta ese momento en que contaba 50,

«durante los últimos 33 años, me he mirado al espejo cada mañana y me preguntaba: ‘Si hoy fuera el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?’ Y si la respuesta era ‘no’ durante demasiados días seguidos, sé que necesito cambiar algo.»

Personalmente no soy capaz de saber cuántos días seguidos hubiera respondido «no» a esa pregunta. Enlazo esta reflexión con el contrato que reproducía aquí hace unos días. Y constato -otra vez- cómo aprietan las gónadas algunas de sus cláusulas… y que toda la culpa es directamente mía.

Aburrido

Con mis malas consejeras a cuestas, a salto de mata, me encuentro con una entrada de Enrique García-Máiquez reproduciendo algunos versos del libro «Nunca se sabe», de Isabel Escudero. Los ojeo sin pausas, saltando líneas, de mala manera. Me paro en cuatro líneas cortas y directas que inconscientemente me repito durante un rato. Por la noche, en casa, vuelvo a leer esos versos de Escudero llevados por Enrique esta vez al papel de Alba. Y me agarran de dentro, y se me graban a fuego.

Esta mañana aparto circulares y peticiones y las busco, ahora con la pausa que merecen, para recrearme en ellas.

¡Que se entretengan,
que se entretengan!:
¡que se aburran
sin darse cuenta!

El teléfono suena, los correos llegan y los plazos se cierran. Cierro la entrada de Enrique y vuelvo al entretenimiento.

Garantía hipotecaria

Se difunde esta mañana la noticia de una sentencia que no admite a un banco que exija a un cliente al que se le ejecutó la hipoteca que siga poniendo dinero después de perder el piso. O dicho de otro modo: Devolver un piso hipotecado es suficiente para saldar la deuda.

Lo particular de esta sentencia es que eso es precisamente lo que se hace en casi todo el mundo civilizado: Yo te dejo dinero para que te compres una casa, tú no me lo devuelves, yo me quedo con tu casa. En España era distinto: Yo me quedo con tu casa, con tu coche, con tu pensión, con la dentadura de la abuela y con la prima notte de tu hija.

Hay quien se lleva las manos a la cabeza por la inseguridad que esto supone para los bancos y esgrime el argumento de que quien se ha metido en un préstamo que no puede pagar, debe enfrentarse a las consecuencias. Es cierto. Como también es cierto que la pérdida de una vivienda es una consecuencia nada desdeñable.

El argumento del banco es que la deuda sobrepasaba los 70.000 euros, mientras que una vez ejecutada la casa sólo la han podido colocar por cuarenta y tantos mil. La entidad dice que eso es producto de la crisis y que su balance no tiene la culpa.  El juez dice que vale, pero que el otro tampoco la tiene y que así estamos por lo que estamos.

Se me ocurre que habría que preguntarle al bancario que concedió aquella hipoteca qué datos manejaba para considerar que aquella vivienda podía merecer el préstamo concedido, y con qué garantías contaba el cliente para responder a tal cantidad.

La noticia, como digo, sale hoy y apenas he leído a salto de mata el enlace que dejo ahí arriba, así que no me meteré mucho más. Para mí es una magnífica noticia. Que de sentar jurisprudencia, además, va a mandar al carajo a un buen puñado de bancos y cajas que posiblemente se tengan que comer con papas unos cuantos de miles de viviendas más, a añadir a los cientos de miles que mantienen para falsear sus activos en precios demenciales.

¿Que por qué? Pues imaginen: «¡Ah! ¿Que si dejo de pagar los 1.000 euros mensuales que pago por un piso de 90 metro y me voy de alquiles a otro por 500 euros, no pasa nada? ¡Tira!»

«Crea inseguridad jurídica», dicen algunos. Ya. Pero peor es la inseguridad que creó su connivencia con la especulación inmobiliaria accediendo a conceder hipotecas trampa por valores desorbitados.

Nadie obligó al hipotecado a firmar su propia condena, cierto, y más de uno merece verle las orejas al lobo por su estupidez -«¿Que me concedes 300.000 euros para el adosado de 80 metros? ¿Y por qué no 340.000 y así cambio el coche y nos vamos a Punta Cana en Semana Santa?»- pero a los que se frotaban las manos extendiendo condenas de por vida, que ahora se coman aquello que animaron a vender por el doble o el triple de su valor les supondrá una muy apropiada dieta.

Empujen con pan.

Desenchufando

Quizá un pelín radical… pero interesante experimento el de esta madre

Justo al contrario, Don Marcelino

Se me juntan dos cosas en las teclas.

Por un lado, al Secretario de Organización del PSOE, Marcelino Iglesias, desmarcándose de las agresiones en Murcia con una coletilla harto sorprendente: «Nunca está justificada una agresión, pero menos que nunca a un cargo público«. Bien, no diré yo aquí que sí lo esté -más que nada porque me pueden denunciar y cerrar el chiringuito- pero desde luego, entre tocarle la cara a un paisano que pasaba por ahí o a un cargo político, oigan… ¿hacemos una encuesta sobre las preferencias?

Por otro, un comentario de Museros en una entrada al respecto de Ignacio de la Galaxia:

«Tengamos en cuenta que esto será utilizado (está siendo utilizado) por los medios afines al PP para desacreditar a cualquier multitud furiosa que, con toda la razón del mundo, enarbole palos y antorchas. Algo muy importante, teniendo en cuenta el año que tendremos.

Los sindicalistas marisqueros cumplen doble función: en las regiones gobernadas por el PSOE, impiden cualquier rebelión. En las gobernadas por el PP, se ponen a la cabeza para desacreditarla.»

Inquietante conclusión, por lo verosímil.

El deje de acongoje de Iglesias al recalcar su carácter de intocable es un brillo de esperanza. Quizá ellos mismos vean que por fin es posible un gesto de honor y que los corramos a gorrazos hasta tirarlos al mar o siquiera al pilón.  Entonces sí será, por fin, la fiesta de la democracia.

El contrato

Me envía Juanubis un correo con un power point del que extraigo su texto. Por algunas de las cosas que dice alguno podrá tildarlo de exageración o conspiranoico. Pero en líneas generales creo que es muy oportuno porque refleja exactamente lo que ocurre, que no es ni más ni menos que nuestro consentimiento borreguil con que estemos como estamos. Dice así:

Es absurdo que todos pensemos que no se puede cambiar este sistema. En la historia de la humanidad todos los sistemas han dejado paso a otros. Somos nosotros los que mantenemos este sistema cumpliendo un contrato que jamás nos hemos parado a pensar.

En grandes líneas, éste es su contenido:

CLÁUSULA 1ª: Yo acepto la búsqueda del confort como el fin supremo de la humanidad, y la acumulación de riquezas como el mayor logro en nuestra vida. Cuanto más infeliz sea, más consumiré, y así contribuiré al buen funcionamiento del sistema.

CLÁUSULA 2ª: Yo acepto que la investigación relacionada con mi salud esté en manos de empresas cuya única motivación es generar beneficios. No me preocupa que las farmacéuticas financien los congresos de medicina y que controlen así la información que les llega a mis médicos.

Confío en la industria farmacéutica, y en gente como Donald Rumsfeld, accionista y ex presidente de la farmacéutica que desarrolló el Tamiflú. No creo que sean capaces de crear virus como el de la gripe A para forrarse.

CLÁUSULA 3ª: Yo acepto dejar mi salario a los bancos para que ellos lo inviertan en aquellas actividades que más dinero generen, independientemente de su moralidad o de su impacto ambiental.

Asumo que las inversiones más lucrativas son las que explotan a los ciudadanos de los países en desarrollo y respaldo por completo estas actuaciones.

CLÁUSULA 4ª: Yo acepto que las autoridades guarden todos los datos sobre mí que tengan. Confío en ellos y no me importa llevar DNI con microchip, ni dar mi huella ocular al entrar en otro país, ni tener que enseñar el contenido de mi ordenador en aeropuertos.

CLAÚSULA 5ª: Yo acepto los paraísos fiscales para que ricos y delincuentes no paguen los impuestos que yo sí pago.

CLÁUSULA 6ª: Yo acepto que los bancos internacionales presten mi dinero a países que quieren armarse para ir a la guerra, y que puedan elegir dónde se libran las guerras.

Soy consciente de que lo mejor es financiar a ambos bandos para que el conflicto dure el mayor tiempo posible, no sólo para ganar más dinero sino para luego puedan hacerse con sus recursos cuando no puedan devolver los créditos.

CLÁUSULA 7ª: Yo acepto que la publicidad me cuente mentiras y que me haga desear cosas, que cuando consigo, me aportan poco.

CLÁUSULA 8ª: Yo acepto que se guarden todos mis e-mails durante 5 años aunque yo los borre. Y que empresas como Yahoo den acceso a las cuentas a las autoridades chinas, permitiendo así detener a disidentes.

Yo acepto la última tecnología descubierta que permite que los móviles puedan retransmitir lo que oyen aun cuando su dueño lo haya apagado. (Ojo: para evitarlo, quitad la batería)

CLAÚSULA 9ª: Yo acepto que el poder esté en manos de las personas más ambiciosas y con menos escrúpulos.

CLÁUSULA 10ª: Yo acepto que los partidos políticos aglutinen a lo peorcito del país y que cada 4 años me cuenten lo que saben que quiero oír para llegar al poder.

CLÁUSULA 11ª: Yo acepto que los medios de comunicación estén concentrados en las manos de grandes poderes económicos, puesto que sé que harán un buen uso de ellos.

Acepto creerme sólo lo que los medios dicen y pensar que lo que se dice fuera de ellos son bulos para gente inculta y crédula. Yo acepto esta matriz en la que me han colocado para que no pueda ver la realidad de las cosas. Sé que lo hacen por mi bien.

CLÁUSULA 12ª: Yo acepto que las noticias recopilen lo peor que ha pasado en el planeta ese día, para que me sienta impotente y piense que no hay nada que hacer.

Sé que alimentar el miedo, la rabia y la desesperación es lo mejor que pueden hacer por nosotros porque creer que se puede cambiar algo es peligroso.

CLÁUSULA 13ª: Yo acepto las versiones de los acontecimientos que me dan los medios y apoyo todas las divisiones entre seres humanos que me quieran contar los gobiernos. De esta forma podré focalizar mi cólera hacia los enemigos diseñados por ellos, y no me opondré a acciones bélicas que respondan a intereses político-ecónómicos.

CLÁUSULA 14ª: Yo acepto que se condene a muerte al prójimo, y se nos aliente a acabar con él, siempre que su gobierno haya sido declarado por el nuestro como su enemigo.

CLÁUSULA 15ª: Yo acepto que se desechen toneladas de comida para que no bajen los precios internacionales. Me parece mejor que ofrecérselos a los cientos de miles de personas mueren de hambre cada año.

CLÁUSULA 16ª: Me parece bien que haya países como Haití, donde a falta de otra cosa, comen galletas hechas con tierra. Como todos somos egoístas, estoy convencido de que en el fondo todos estamos de acuerdo con esta situación.

CLÁUSULA 17ª: Yo acepto que…

– La felicidad es confort

– El amor es sexo

– Y la libertad es tener dinero para poder satisfacer todos mis deseos.

CLÁUSULA 18ª: Yo acepto que se hagan guerras por motivaciones económicas como el petróleo, reactivar la economía o dar salida a los stocks de armas obsoletas. Hay que hacer lo que sea para mantener el sistema en marcha, porque es sin duda el mejor de los posibles.

CLÁUSULA 19ª: Yo acepto comer carne bovina tratada con hormonas sin que exista obligación legal de indicarlo en ninguna etiqueta.

Yo acepto servir de cobaya y comer carne de animales engordados con piensos transgénicos, para comprobar si aparece alguna anomalía en nuestra especie a largo plazo.

CLÁUSULA 20ª: Yo acepto que los vegetales que ingiero hayan recibido pesticidas y herbicidas tóxicos para mi salud, siempre que no usen demasiado.

Yo acepto que se utilicen todo tipo de aditivos químicos en mi alimentación, puesto que estoy convencido de que si los añaden, es porque saben que no tiene ninguna consecuencia a largo plazo.

CLÁUSULA 21ª: Yo acepto que los transgénicos se expandan por todo el planeta, y que las multinacionales agroalimentarias que patentan seres vivos acumulen ingentes dividendos por ellos y controlen la agricultura mundial.

Estoy convencido de que es moral especular con el precio de los alimentos, como se ha hecho con la vivienda, porque el sistema de mercado garantiza que los recursos se distribuyan de forma eficiente.

CLÁUSULA 22ª: Yo acepto pagar el precio más bajo posible por la carne de los animales que compro, por lo que me parece bien que los traten mal, con tal de abaratar su carne. Al fin y al cabo somos una especie superior. En consecuencia, si viniese otra especie superior de otro planeta, me parecería lógico que hiciesen lo mismo con nosotros.

CLÁUSULA 23ª: Yo acepto la política de «revolting doors» (puertas giratorias). Sé que los directivos de organismos internacionales como la OMS, la OIT, el FMI y el Banco Mundial son ex- empleados de grandes corporaciones, que saben que «portándose bien» volverán a esas corporaciones al año siguiente ganando cantidades astronómicas.

CLÁUSULA 24ª: Yo acepto la hegemonía del petróleo en la economía, a pesar de ser una energía costosa y contaminante, y estoy de acuerdo en impedir cualquier tentativa de sustitución, puesto que la implantación de los métodos de energía libre ya descubiertos y silenciados serían una catástrofe para el sistema.

CLÁUSULA 25ª: Yo acepto que el valor de una persona dependa de su capacidad para generar dinero y de si aparece o no en la tele. Tomaré como mis referentes personales las personas que aparecen en la televisión, e intentaré ser como ellos.

CLÁUSULA 26ª: Yo acepto que se paguen fortunas a jugadores de fútbol y a actores, para convertirlos en nuestros modelos a imitar. Me parece totalmente lógico que se pague muy poco a los profesores que se encargan de formar a las generaciones futuras.

CLÁUSULA 27ª: Yo acepto que las multinacionales no apliquen las conquistas sociales de occidente en los países desfavorecidos. Apoyo que haya niños trabajando, con tal de que los productos que compro tengan el precio más bajo posible.

CLÁUSULA 28ª: Yo acepto que los mayores sean considerados un estorbo y no sean nunca nuestro modelo, puesto que como civilización más avanzada del planeta (y del universo, ya que es imposible que existan más) sabemos que la experiencia no tiene ningún valor.

CLÁUSULA 29ª: Yo acepto la competencia como base de nuestro sistema, aun cuando soy consciente de que este funcionamiento engendra frustración y cólera para la mayoría. Sustituir la competencia por la colaboración sería un error.

CLÁUSULA 30ª: Yo acepto usar aquello más valioso que tengo, mi tiempo, en hacer un trabajo que no me gusta, para poder comprar muchas cosas con las que evadirme de esta vida tan vacía que llevo.

CLÁUSULA 31ª: Yo acepto la destrucción de los bosques y la desaparición de especies naturales. Me parece lógico contaminar y dispersar al aire venenos químicos, así como enterrar residuos radioactivos que no estarían a salvo de un gran terremoto.

CLÁUSULA 32ª: Aunque nuestra historia está plagada de conspiraciones políticas y políticos ambiciosos, yo acepto que ahora todo ha cambiado y que nuestros dirigentes sólo buscan nuestro bien.

Las organizaciones secretas de políticos y grandes magnates como el club Bilderberg, la Trilateral o el Comité de los 300 no existen y nadie está intentando establecer un gobierno mundial a través de los organismos internacionales.

CLÁUSULA 33ª: Yo acepto que el sistema actual es el mejor de los posibles. Se ha pasado la época de los grandes ideales. En el mundo deben mandar las personas sensatas y realistas que cuidan por mantener el sistema.

Tengo miedo de que las cosas cambien porque los soñadores sólo traen problemas e inestabilidad.

CLÁUSULA 34ª: Yo acepto esta situación y admito que ni yo ni nadie puede hacer nada para cambiarla.

CLÁUSULA 35ª: Yo acepto no hacer preguntas, cerrar los ojos a esto y no oponerme a nada, puesto que estoy suficientemente ocupado con mis propios problemas.

Yo acepto incluso defender este contrato con mi vida, puesto que tengo miedo al cambio.

CLÁUSULA 36ª: Yo acepto ser una pieza de un sistema, adaptarme a él y enseñar a mis hijos a adaptarse a él. Mi prioridad es mantenerme en el sistema y nunca me cuestionaré si me permite o no ser feliz.

ESTARÁS PENSANDO QUE SON TEMAS DEMASIADO GRANDES Y QUE NO PUEDES HACER NADA…

PERO REALMENTE TENEMOS TODO EL PODER PORQUE SOMOS NOSOTROS LOS QUE ESTAMOS MANTENIENDO ESTE SISTEMA.

EN ESTE MUNDO MOVIDO POR EL DINERO, CADA GASTO QUE HACES ES UN VOTO POR MANTENER EL SISTEMA O CAMBIARLO. PARA CADA UNO DE LOS PROBLEMAS EXPUESTOS

HAY INICIATIVAS EN CURSO. SIN TENER QUE CAMBIAR DE VIDA, PODEMOS REORIENTAR NUESTROS GASTOS HACIA LAS INICIATIVAS QUE CORRIGEN ESTOS PROBLEMAS.

ANTES O DESPUÉS, EL CAMBIO ES INEVITABLE. SÓLO PODEMOS ELEGIR ENTRE HACERLO PRONTO Y NO SUFRIR O HACERLO MÁS TARDE SUFRIENDO. GRACIAS POR LEER Y DIFUNDIR ESTE DOCUMENTO. TU OTRO YO.

Hasta aquí el texto del pps recibido. De momento, el mayor desacuerdo lo tengo con el penúltimo párrafo. Para más adelante dejo reflexiones al respecto.