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Jamones de Trevélez y pinchos morunos

Lo grave no es que un morito proteste porque se le hable de jamón en clase de geografía. Lo malo es que en la dirección del centro, en la comisaría o en el juzgado le hayan prestado atención en lugar de despacharlo a puntapiés.

Lo bueno, oír hablar en público de que el que no esté dispuesto a aceptar nuestro modo de vida, ya sabe el camino al Magreb. Es curioso que si hablamos de la expulsión de los moriscos por sus constantes llamadas a la sedición y su apoyo a los piratas berberiscos, nuestra historia sea cuestionada y discutida por los mismos que ahora sí estarían dispuestos a echarlos si les niegan el bocata de jamón o los huevos con chorizo. Prioridades, supongo.

Mientras tanto, compartiremos chorizo y vino con nuestros amigos, camaradas y hermanos. Y el que no los pruebe… ojo con él.

Quizá sería bueno recuperar las matanzas públicas (del cerdo, claro) como acto de afirmación cultural.

Conocimiento de causa

Leo hoy a Enrique García-Máiquez su columna en el Diario de Cádiz titulada «Secretitos en reunión». Me llama la atención por su… ¿cómo decirlo? ¿mezcla de optimismo e inocencia? Refiriéndose a la hipocresía reinante en la vida pública, y siendo evidente que lo que no es cuentan no es, cuanto menos, toda la verdad, se pregunta Enrique:

«Si nuestro régimen se basa en la capacidad de decisión de la nación en conjunto, que la gente ande en la luna de Valencia, completamente desinformada de lo que de verdad se cuece, socava los cimientos del sistema. ¿Cómo va a decidir correctamente sin conocimiento de causa?»

Hombre, Enrique, no te falta razón… pero me parece que aquello sobre lo que lo estás aplicando es lo de menos, por lo circunstancial y poco relevante de lo aparecido en güiquilís, a lo que te refieres en tu columna.

Lo de más es el fondo de todo: ¿Por qué daba yo la enhorabuena a los diseñadores del desastre educativo en el que se profundiza sin parar durante los últimos cuarenta años? Pues por esto mismo. El rebaño tendrá cada vez menos y menos conocimiento de causa. De cualquier causa. Y entonces ¿cómo decidirá correctamente? Pues no lo hará: Se limitará a votar a uno de los partidos que cuidadosamente diseñaron el desastre, que así obtendrán lo que buscan y por lo que tanto se esforzaron.

Pero a diferencia de en el caso de tu análisis, esto no socava los cimientos del sistema, sino que los conforma.

Creo, admirado Enrique, que soy bastante peor pensado que tú.

De primera necesidad

Tenía la idea de escribir sobre el tema y me da el empujón Museros en un comentario en su propia bitácora:

«¿Que nos quieren subir la gasolina? Pues se inventan unos «especuladores» (nunca dicen quiénes son, quizás sean los propios gobiernos) que ponen el precio del petróleo por las nubes. Luego, cuando el petróleo baja, nadie reclama que la gasolina baje (ya nos hemos acostumbrado a los nuevos precios)».

Tengo un coche en plena prepubertad. 12 añitos tiene, y está hecho un chaval. Pequeño, manejable, a prueba de todo. Recuerdo un día, al poco de tenerlo, que llegué a la gasolinera con cuatro gotas en el depósito. Salí escandalizado. ¡Cuatro mil pesetas! me dejé en llenarlo. Qué barbaridad. Mira si estaba seco. En los últimos meses, sin haber apurado tanto el depósito, ha habido dos o tres ocasiones en los que al llenarlo la cuenta se me ha ido a cuarenta y ocho euros. Es decir, el doble de aquellas escandalosas cuatro mil pesetas.

La semana pasada, sin haberse llegado a encender la luz de reserva, reposté. Mientras presionaba la manguera, miraba hacia otro lado, observando las eternas obras de nunca acabar de la quimérica SE-40. Cuando saltó el gatillo, fui a completar el depósito poco a poco. Normalmente desde que me salta hasta que termino de completarlo le entran unos dos euros más. Miré el surtidor a ver cuánto marcaba… y le faltaban apenas unos céntimos para llegar a los cincuenta euros. Sin apurar.

No quise llenar hasta el máximo. Lo dejé en esa cifra tan redonda y me dirigí a la caja. Ofreciendo la tarjeta al dependiente, le pregunté: «¿Usted sabe si los depósitos dan de sí?» Primero abrió mucho los ojos, intentando imaginar por dónde le iba a salir aquel colgado que le había tocado atender. En unos segundos reaccionó, puso cara de triste comprensión, esbozó una sonrisa, se encogió de hombros… y me cobró.

En estos doce años el petróleo ha estado caro, mucho más caro que la semana pasada. Y repostar no era tan caro. Y también ha estado mucho más barato sin haber vuelto atrás el precio de la gasolina. Y además en el precio había servicios adicionales: un amable señor que me abría el depósito, me llenaba el tanque, si el parabrisas estaba muy sucio y no tenía mucha clientela me lo limpiaba…

Le doy vueltas al asunto. Al fin y al cabo, el 90% del uso del coche es por necesidad: Llevar tropa al colegio, ir a trabajar… y estas subidas acaban suponiendo un golpe importante a la economía familiar. Mi primer impulso es reflexionar sobre la mansedumbre con que aceptamos estos precios. Si la excusa es la subida del crudo, ¿porqué nunca baja la gasolina al caer el crudo? Además, el crudo es un ínfimo porcentaje del precio del litro de combustible, del que su casi totalidad son impuestos.

Dejando aparte alguna reseña en los periódicos sobre la cercanía a su precio récord y demás, nada. Nadie dice nada. Ni una queja… estos no son «privilegiados», y no nos dejan sin puente. Simplemente nos lo ponen más caro.

En el bar pido un café con hielo. Observo a la gente a mi alrededor. En una mesa cercana, un grupo charla mientras hojean y ojean un periódico. Oigo a uno de ellos decir «vaya tela los precios cómo están». Doy por supuesto que a ellos también les parece escandaloso a lo que llegamos, su impacto en las economías domésticas, el abuso que supone…

Del otro lado de la misma mesa escucho una respuesta parecida a «desde luego, fíjate este LED 46 pulgadas, está de puta madre, y en tres meses sin intereses».

Entonces lo entiendo: Los precios de los artículos de primera necesidad están bajando y sus necesidades básicas perfectamente satisfechas.

Casas sin alma

Algunas veces ojeo revistas de decoración. Al casarnos, mi mujer las consultaba durante un tiempo pensando el el estilo en que amueblaría tal o cual rincón de la casa. Los días de la limpia veraniega, uno de los cargamentos más pesados eran esos miles de páginas.

Los muebles de mi casa, hoy, son en un gran porcentaje heredados, en otro gran porcentaje comprados aprovechando alguna oferta y en contadísimas ocasiones (así de contadas: una y dos) muebles a medida y según necesidad, a nuestro gusto y, por tanto, bien pagados.

Hace años que intento completar con un par de modelos concretos… y ya hasta Ikea ha dejado de fabricarlos.

El caso es que, quizás por inercia de aquellos «fíjate, me gusta este tipo de (mesa, silla, estantería, armario…) para tal habitación» siempre asentidos y aceptados por mi parte, cada vez que veo una revista de esas, o una web de decoración, o un simple catálogo de muebles, no me resisto a echarles un ojo. Y veo esas estanterías horribles supermegamodennnas que te rilas, o esos espectaculares escritorios clásicos de madera maciza, o esas preciosas alacenas rústicas, o esas repulsivas mesas de metacrilato, acero y aleación traída de Raticulín… En todos me fijo, todos los escudriño, palmo a palmo, pixel a pixel… Y en todos echo en falta lo mismo.

Uno de los pocos muebles que se salen del tipo descrito en mi casa es la mesa baja que tengo entre los dos sofás de mi salón. Recuerdo perfectamente el día en que la vi en la tienda en la que estábamos poniendo la lista de bodas. Normalmente para esas cosas yo me limitaba -como todos- a ir detrás de mi entonces novia respondiendo un sesudo y contundente «aaaa-já» a cada selección. Sólo hubo dos cosas que yo señalé: Una imagen de la Inmaculada y esa mesa. Además fue llegar a la tienda, verla en el escaparate, señalarla y sentenciar, sin derecho a réplica: «Quiero esa mesa para el salón».

Y en mi salón está esa mesa. Hoy la miro y la comparo con las mesas que veo en las revistas, en las páginas de internet, en algunos programas de televisión. Y me entristecen esas mesas ajenas, sin alma y sin alegría. Algunas feas, otras normaluchas, unas pocas preciosas obras de ebanistería… pero todas sin alma. Miro la mía, que al principio pretendí cuidar y mantener impoluta, pero que cualquier día se desfonda, aparto cuatro libros de Gerónimo Stilton, un Mortadelo, un folleto del carrefú roto y mordido, dos lápices sin punta y riño al enano que se ha vuelto a subir en ella mientras se come a pellizcos la carcasa de un deuvedé…

De camino a su cuarto sigo comparando y sigo viendo el alma de mi casa y la falta de las casas ajenas. Mientras por el pasillo recuerdo los impolutos y brillantes pasillos de las revistas, esquivo en el mío un cochecito, una zapatilla y tres pelusas. Al pasar las rayas hechas con lápiz en la pared llego a su cuarto. Tropiezo con un juguete pero la costumbre me hace mantener el equilibrio. Mi mujer llama a las niñas a recoger, enfadada. Yo le secundo, claro, y les amenazo con castigos, como debe ser.

Pero en secreto respiro hondo disfrutando de que mi casa, a diferencia de la de esa gente irreal, estirada y fría, tiene alma. Aunque a veces haya que apartar sus trozos para no clavártelos al sentarte en el sofá.

Enhorabuena a los PISAdos

Hace un par de días se hacían públicos los resultados del último «Informe PISA» sobre la Educación, elaborado por la OCDE. Una vez más, España en general y Andalucía en particular salen bastante mal paradas en la comparación.

Porque al final se trata de eso, de una comparación del nivel educativo entre distintos países o regiones. A mí, sinceramente, me parece un indicio estar a la cola de esos informes, pero si no lo estuviéramos no me sentiría contento. Sencillamente entendería que la educación en los otros ámbitos comparados es, como aquí, una porción de excremento.

¿De verdad hace falta un informe para saber cómo andamos en comparación con Turquía? Me quedo con un extracto de la columna del miércoles de José Aguilar en Diario de Sevilla:

Claro que para percibir el deterioro de nuestro sistema educativo no hacen falta ni informes PISA ni pruebas específicas. Basta con escuchar cómo responden algunos muchachos a las encuestas callejeras (el otro día le preguntaron a uno por la Constitución y dijo que la llamaban La Lola), pegar la oreja a cómo se expresan en grupo o leer los sms que mandan a los programas de televisión, y no me refiero al léxico sincopado para ahorrar, sino a la más simple ortografía que antes se aprendía en primaria y que tras veinte años de planes educativos cambiantes, reformas y contrarreformas la generación destinada a ser la mejor preparada de nuestra historia ha arrasado, sin siquiera ser consciente de cómo se le han amputado sus posibilidades de una vida mejor.

Este es el fruto sombrío de lo que han sembrado la escuela impotente, los profesores desautorizados, las familias inhibidas, la sociedad despreocupada y la autoridad incapaz de entender que la igualdad y la excelencia no tienen por qué ser incompatibles.

Entre los sesudos análisis que a raíz de estos datos aparecen en todos los medios estos días, un gran porcentaje concluye que la solución es un acuerdo de Estado entre los dos grandes partidos. Ja. ¿Pero acaso no son esos partidos, y todos los responsables de la política en general y la educación en particular de los últimos 40 años en España los que, en palabras de Aguilar, «han sembrado la escuela impotente»? ¿Qué cabe esperar de ellos?

¿Olvidamos que los dos máximos dirigentes de ambos partidos han sido Ministros de Educación? Sí, de los dos. Evidentemende no hablo de ZP. Hablo de Rubalcaba y de Rajoy. ¿Y qué mejoras evidentes pueden aportar en su currículum? Ellos, como todos los que han ocupado esa cartera en los últimos, digamos a ojo, cuarenta años, la única confianza que merecen es la de dejarles elegir pasillo o ventanilla en el autobús que les lleve a prisión. Y todos los presidentes que por acción u omisión son todavía más responsables que sus ministros.

Que cualquiera de ellos pueda pisar la calle sin ser linchado, o que venticinco millones de borregos les secunden una y otra vez en cada «fiesta de la democracia» les montamos no es más que la corroboración de nuestro infame nivel. De educación, de vergüenza y de civilización.

Digo en el título que «Enhorabuena». Y, tristemente, lo digo en serio. Cuando era (todavía) más joven pensaba, iluso, que el problema era que los políticos no acertaban con las medidas a tomar. Hoy la vida me da perspectiva, y pienso todo lo contrario. Han acertado de pleno. Es absolutamente imposible que siempre, todos, sin excepción, se equivoquen a peor. Simple cálculo de probabilidades. Así que es evidente que todo obedece a un plan perfectamente diseñado. Un plan dirigido a conseguir esa «generación mejor preparada de nuestra historia». Por supuesto, preparada para mantener el chiringuito y la mamandurria, perdiendo, curso a curso, las dotes mínimas que pueden capacitar a uno para el análisis y la crítica.

Evidentemente esos son los que diseñaron el plan. Pero no hubiera sido posible sin la complacencia tanto de las víctimas como de aquellos que más se supone que debían hacer por protegerlos: Cientos de miles de padres, orgullosos de ver como sus pequeñas bestias retozan en el fango de la ignorancia, de la falta de respeto y de la absoluta falta de sentido de la responsabilidad.

Así que enhorabuena a todos.

Al final, tenemos lo que nos merecemos. Porque la chusma dirigente no es más que el fiel reflejo de sus súbditos.

Reina concebida sin pecado original

Ruega por nosotros

Controlando

Me pilló a desmano el follón de los controladores, y cuando quise sacar un rato mi ordenador decidió que él sí se iba de puente. Y así ando en terenguendengue y obligado a linuxear mi equipo porque en windows finalmente no quiere arrancar.

Conforme iban saliendo más y más noticias en la tarde del viernes, a mí me iba creciendo la impresión de que algo no encajaba. ¿Estado de alarma? ¿Por esto? ¡Venga ya! Y… ¿qué derechos son los que quedan suspendidos durante el mismo?

Y además, estaba la evidencia: ¿Si a mí me cambian de la noche a la mañana mis condiciones de trabajo recortándome por todos lados, no me voy a mi casa y si el vecino está de puente que le vayan dando?

Afortunadamente, digo, mi ordenata no tenía ganas de trabajar, así que eso que ganamos, porque vista la caña que le han dado al tema algunos, mejor leerles a ellos que lo contarán mucho mejor. Embajador: 1, 2 (absolutamente genial) y 3. Museros: 1 y 2. Orisson, que se ha explayado a gusto: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 y 8.

Habrá mucho más para recomendar, pero ya digo que ando sacando al ordenador de la UCI y con este ritmo no hay quien se ponga al día.

¡Ah! y a Kikás le pilló en vuelo.

Será cosa de ir al cine

Hace unas semanas me llevé una gran alegría al ver un cartel anunciando «próximamente» la tercera entrega de Las Crónicas de Narnia, «La travesía del Viajero del Alba«. Ayer me entero de que mañana es el estreno en España, y hoy por Hispanidad.com de que el proyecto ha sido retomado por la Fox tras abandonarlo Disney.

Podríamos hablar de la profundidad que tienen los libros y que les falta a las películas estrenadas hasta ahora, o a la visión privilegiada que otorga sobre Narnia la lectura de «El sobrino del mago«, pero no es el caso.

El caso es que la saga literaria completa de Narnia me parece de lo más recomendable que podemos buscar tanto para nosotros como para nuestros hijos, y que de los siete libros a mí personalmente La travesía del Viajero del Alba me parece que lo tiene todo, y que más que leerlo lo que podemos es bebérnoslo de un trago.

En estos tiempos es difícil hacer entrar por la lectura «sin dibujitos» a los niños, y no es fácil además encontrar unos tan recomendables como estos. Los libros son infinitamente mejores que las películas, pero no creo que haya que despreciar estas últimas. Además si ésta les sirve para aficionarles y que se animen a leer la saga completa, no lo duden: Estas vacaciones de Navidad, todos al cine.

Y que el valiente y fiel Reepicheep nos conceda el honor de luchar a su lado.

¡Por Narnia! ¡Por Aslan!

Subiendo hacia abajo

Coincido con «Elige la vida«. ¿No se trataba de controlar al máximo la reproducción, de programar cuidadosamente la descendencia ante el peligro apocalíptico de que ya no cabíamos? ¿No era una irresponsabilidad traer niños a este mundo?

¿Cómo es, entonces, que los gerifaltes claman ahora por el peligro que para el «Estado del Bienestar» supone el aceleradísimo envejecimiento de la población?

¿Va a resultar, a estas alturas, que los que anunciábamos este peligro hace décadas y alertábamos del suicidio que supone vamos a dejar de ser fundamentalistas para ser «analistas de la evolución social»? Personalmente espero que no, me gusta más que me llamen lo otro.

El caso es el de siempre: ¿A nadie se le van a pedir cuentas?

Ya, ya, ya lo sé. Si la pregunta es retórica, hombre.

Enseñar al que no sabe

Es una de las obras de misericordia a la que estamos llamados, pero a la vista de determinadas cosas, no me negarán que apetece mucho más cambiar el «enseñar» por el «arrasar». Esta noticia que dejo parece, ay, que no es de coña. Para guías de estas sí hay dinero. Para coches oficiales de los responsables de tan importantes cosas sí hay dinero. A estos no es que se les eche a patadas del pais… es que a estos no les bajan la pensión.

Como decíamos hace unos días: ESTO ES LO QUE HAY.

Como decíamos hace más días todavía: Cuánto gilipollas, y qué pocas balas…

De abcdesevilla.es:

La Junta insta a no utilizar las palabras «parado» o «futbolista» por sexistas
La Consejería de Medio Ambiente edita una guía para evitar el «androcentrismo»