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En primera fila

Tal y como esperaba, no han faltado los que me han puesto cara rara al ver las fotos de mis hijos en la manifestación del sábado frente al congreso de asesinos que se celebró en el Hotel Meliá de Sevilla. Ante esas caras, disfruto aclarando: «No, pero las fotos son ya cuando la manifestación en sí había terminado y estábamos frente a la puerta del hotel gritando a los asesinos». Las críticas principales suelen ser dos. La primera, que los niños no saben qué están diciendo. La segunda, que los estoy utilizando.

Sobre la primera, con la salvedad evidente del pequeño, las dos mayores entienden exactamente lo que tienen que entender: Que el aborto es matar a un ser humano indefenso en el vientre de su madre. Y además saben que los métodos son varios, como el abrasarlo con solución salina, descuartizarlo con un bisturí, o incluso el denominado «aborto por nacimiento parcial», consistente en provocar el parto para, mientras la mayor parte del cuerpo del chiquillo está todavía en el canal del parto, apuntillarle en la nuca. Verdaderamente, cuestiones muy desagradables y que causan náuseas y terror en los adultos, y más aún en los niños. Pero que son absolutamente reales.Y que deben conocer.

No falta, cuando comento estas cosas, quien considera que es una salvajada que yo les explique esto a mis hijas. Suelen ser los mismos que dicen que hay que contarles que si tienen sexo con 11 años y se quedan embarazadas, tienen una solución llamada aborto. Vaya. En ese caso sí hay que hablarles del asunto.

El caso es que ante esa realidad, el planteamiento es claro: «Hay una reunión de abortistas y vamos a ir a gritarles asesinos. ¿Quieres venir?» «Pero ¿y si salen y nos pegan, o si la policía nos da con la porra?» «Pues en un par de días ya no creo que nos duela» «Y si vamos ¿se acaba el aborto?» «Ojalá, hija. Pero no. Pero al menos les diremos a la cara lo que son» «Venga, pues vamos».

Sobre la segunda crítica, esa de que utilizo a mis hijos para mis asuntos personales, la cuestión está en que no son asuntos personales. No llevo a mis hijos a pedir un aumento de sueldo, ni la concesión de un crédito. Supongo que no llevaría a mis hijos a una manifestación de informáticos contra el intrusismo profesional o los diagramas de colores. O sí, qué mas da. ¿Pero a esto? Claro que sí. No a protestar contra el hotel Meliá, ni contra la subvención que la Junta haya dado al congreso, que siendo grave es lo de menos, sino a gritarles asesinos a la cara a esos cabrones. A que vean que los malos son tan reales como ellos y como yo, que no tienen cuernos y rabo sino que llevan trajes buenos y van a hoteles caros. Que sepan que el enemigo -sí, el enemigo- está entre nosotros y se pasea con la cara alta y que la policía se ocupa de protegerles a ellos y controlarnos a nosotros. Que entiendan que hay que alzar la voz y dejársela, aunque aparentemente no sirva para nada, si lo que gritamos es justo.

Habrá miles, lo sé, que ante esto el único argumento que tienen es el que les lavamos el cerebro a los niños. Que les dejemos crecer, ignorantes de todo esto, y que ya de mayores se formarán una opinión.

Bien, que hagan ellos eso mismo con sus hijos: Que no les enseñen que hay gente que trabaja y hay gente que roba. Ni que hay gente con la que pueden ir y gente de la que debe guardarse. Ni que hay gente a la que pueden abrirle la puerta y gente a la que no.

¿A que no? No: Les enseñarán, con razón, a cuidarse, a evitar el peligro. Y a identificar y denunciar el mal.

Pues de eso se trata. Y en primera fila, para que vean que los peores asesinos pueden parecer, demasiadas veces, gente normal.

Termina el jolgorio. Al otro lado del cristal, uno de ellos ojea tranquilamente la pantalla del ordenador. Le llamo asesino. No se entera de nada, cree que le estoy preguntando algo. Pero mis hijas le miran su aspecto vulgar y lo entienden. Ese tipo gana dinero -mucho dinero- asesinando niños. Y la leyes y los políticos están de su parte. Así que también entienden mucho sobre leyes y políticos.

Sobre la columna de hoy de Carlos Colón

Ya la he dirigido al Diario de Sevilla y al propio Carlos Colón:

Leo la columna del domingo 24 de D. Carlos Colón titulada «Matar democrática y legalmente» y encuentro en ella lo que ya me parece habitual cada vez que el Sr. Colón escribe sobre el tema del aborto: Su tibieza y sus complejos. Parece que el Sr. Colón quisiera pedir perdón por hablar del tema considerándose católico, cayendo así en la trampa de los abortistas que pretenden que la denuncia del crimen que supone el aborto es un crimen por lo que es, y no por quién lo denuncie.

Hace bien en señalar D. Carlos el paralelismo entre la legalidad del aborto y de la pena de muerte. Pero luego empieza a marcar distancias. Y llega al sí pero no, al complejo, a la tibieza. No se atreve el Sr. Colón a proclamar que el aborto es un crimen, así, a secas, sin más explicaciones. Quiere adornarse, como siempre que trata el tema, y pareciera que justificarse, terminando con una frase que no encuentro por dónde cogerla: «Personalmente, y sin que influyan en ello mis creencias, creo que matar fetos sanos en el seno de mujeres sanas es un crimen«.

Aplaudiendo que el Sr. Colón señale -acertadamente- como crímenes el 99% de los abortos practicados legal y democráticamente en España con esa ley que por cierto tanto le gusta y defiende el PP, las salvedades que implica son aterradoras. ¿Está diciendo el Sr. Colón que sí comprende y aprueba matar fetos no sanos en el seno de mujeres sanas, así como matar fetos sanos en el seno de mujeres no sanas? Sí, es evidente que lo está diciendo. El mismo que unas líneas antes afirma que «gracias a la genética, hoy se sabe que el no nacido, aunque vitalmente dependiente de la gestante, es genéticamente independiente y único«. El mismo que clama preguntando el porqué del límite de la semana 14, defiende después que, bueno, si el niño o la madre están enfermos, el matarile, el descuartizamiento y el abrasamiento se entiende.

No defiende el Sr. Colón el derecho a la vida de los fetos. Defiende el derecho a la vida de los sanos, y por tanto la validez del exterminio de los no sanos. Habla D. Carlos de «comprender» el «aborto terapéutico» para justificar su postura. Debe ser que le falta el valor para llamar a las cosas por su nombre y proclamar lo que de verdad defiende: La eugenesia, la eliminación del débil, del enfermo, del diferente. El cojo, el sordo, el tuerto, el que tiene síndrome de Down, o simplemente labio leporino son considerados inferiores y por tanto su eliminación no es un crimen como sí el del sano, el del alto, el del guapo, el del niño de pura raza. Nada nuevo.

Sería de agradecer que en la misma línea que deja clara su defensa de tal aberración no dejara caer, ni de pasada, las creencias que dice tener y a las que deberían ser extrañas semejantes tibiezas con el crimen.

Domund

Me sirve de excusa la conversación de esta mañana con mis hijas para exponerlo aquí. Montados en el coche y camino del colegio, la segunda exclama «¡Anda, se nos ha olvidado el dinero para los pobres!»

Se refiere al sobrecito para el Domund que como cada año les dan en el colegio. Le digo que no se preocupe, que puede llevarlo el lunes o lo entregamos el domingo en la parroquia. La mayor interrumpe: «Pero no es obligatorio llevarlo, nos han dicho que lo lleve el que quiera». Muy rápidamente les indico que sí, que ya sé que es voluntario y que yo quiero que lo lleven. Pero voy a lo importante. Dejando clara mi extrañeza, les suelto «¿Y qué os han dicho, que es para los pobres?»

La pregunta les descoloca porque les suena a desconfiada, acostumbradas como están a que su padre confíe ciegamente en los asuntos -rifas, meriendas, fiestas, tómbolas- que para las misiones se organizan en el colegio y que no necesite las explicaciones que ofrece Sor María -la encargada de juventudes- cada vez que me pide que colabore llevándome papeletas o invitándome a una colecta.

«Entonces, ¿para qué es?» preguntan con los ojos muy abiertos. «El Domund es el día de las misiones. Los misioneros ayudan mucho, en países pobres y no tan pobres, y les llevan comida, agua, medicinas, levantan colegios, hospitales… todo eso es muy importante, es ayuda material a los pobres y hay que colaborar en que puedan llevarla… pero los misioneros tienen una labor todavía más importante, la principal… ¿no sabéis qué tienen que llevar, además de comida, agua, medicinas y dinero, mucho más importante que todo eso?»

Mantengo la mirada en el retrovisor, esperando que la respuesta sea rápida y acertada, porque si no es así me preocuparía. En cinco segundos, la segunda dice, convencida: «¡A Dios!».

Satisfecho, les recalco que la misión principal del misionero y de todo cristiano es predicar y evangelizar. Todo lo demás viene por añadidura. Por muy importante que sea la labor social, y la de la Iglesia no tiene comparación posible con la realizada por absolutamente ninguna organización, esta es siempre el resultado, no la causa.

No perdamos de vista este punto de partida. No caigamos en la trampa.

El honor vestido de caqui

Sabe que no debe hacerlo, pero en un momento de debilidad, lo hace. Gira su cuello, echa la vista atrás, y lo ve. Se va alejando, haciendo pequeñito en la distancia, pero agrandando en su pecho, en sus recuerdos, en su orgullo, en su dolor.

Casi no distingue ya las manos que le despiden y mucho menos los ojos que le ven marchar llenándose de lágrimas. Como los suyos, que dejan salir el llanto al ver el mástil sin la bandera rojigualda ondeando y al recordar nada menos que a veintidós camaradas que dejaron su vida en esa tierra. Esa tierra que era de desolación y terror cuando llegaron. Esa tierra que hoy le despide con lágrimas, sí, pero de emoción y de esperanza. Sabe que arriba, en los despachos, no existe el orgullo y el honor que él siente agigantarse ahora mismo. Peor para los habitantes de esos despachos. Eso no va a cambiar su afán por cumplir su misión. Y su misión es servir. Y bajo su bandera rojigualda y su Espada-Cruz de Santiago sirvió, vaya si sirvió, a todas aquellas gentes extrañas y desconocidas entonces que hoy son parte de su vida.

Y aquellas gentes, que son quienes les lloran y despiden desde cada vez más lejos, agradecen al Cielo que enviara a aquella tierra de Bosnia no a mercenarios de casco azul sino a esos héroes que ahora se alejan rumbo a su Patria. Les envió a soldados españoles: Hoy como ayer, y pese a todo, el honor vestido de caqui.

Avance, progreso, logros

Justo es reconocer los logros conseguidos. Justo es, en medio de la estopa que recibe con todo merecimiento, parar el brazo para, por una vez, reconocer su mérito.

Y lo tiene. Vaya si lo tiene.

Estoy hablando de Zapatero, claro. Y de su nuevo gobierno. Y digan ustedes -con razón- lo que quieran del peligro de Rub-Al-Kaaba y Jáuregui enredando y preparando la baza electoral de 2012 -el que quiera entender que entienda y el que no, que siga tan feliz- o del perfil político y sectario del mismo.

Vale.

Pero oigan… lo que es, es. Zapatero dijo que pelearía por los débiles, por los dependientes, los menos favorecidos y por los discapacitados. Y lo ha hecho. Hasta límites insospechados. Ahí lo tienen: Leire ya es Ministra.

Avance, progreso y logros impensables hace siquiera unos años.

Medallas

Dice la ordenanza que la Gran Cruz de la Orden de Carlos III tiene como objetivo «recompensar a los ciudadanos que con sus esfuerzos, iniciativas y trabajos hayan prestado servicios eminentes y extraordinarios a la Nación».

Otorgársela al que ordenó la invasión de Perejil, al que acusa de torturas y de machismo -ay, un moro acusando de machistas, esperen que me des#~@&%ne, o como se diga- a la Policía Nacional no es una contradicción. Es el retrato de lo que se entiende por Servicio a la Nación.

Propongo que la medalla se haga de hormigón. Y se le imponga al premiado, al premiador y a cuantos callan como PPerras o disfrutan como reyes. Y luego, todos al Estrecho, a celebrarlo. A fondo.

A estas edades hay que cuidarse

El viernes pasado fue mi cumpleaños. Mi mujer me había preguntado si quería algo especial para comer. Tuve que meditar la respuesta. Por un lado a determinadas edades tengo que empezar a cuidar mi alimentación. Por otro, ya que por historias el año pasado no pude celebrar la cifra redonda, la ocasión merecía un plato de alta mesa, elaborado, exquisito, actual, moderno.

Deconstrucción de embriones de pollo en zumo de aceituna acompañado de tubérculos y mezcla de carnes y tocinos de porcino riojano sumergidos en oliva líquida. Como conductor del plato, argamasa de trigo molido. Acompaña al proyecto una dosis de extracto de uva.

En otras palabras: Le pedí encarecidamente a mi esposa que le echara un par de huevos al asunto. Esto si es alta cocina, leñe.

Haz cumplir tu sueño

Intento salir de Triana, pensando todavía en la discusión que acabo de tener con un agente de la Policía Local y mi obligación como padre de explicar a mis hijas, que entraron en el colegio dejándome enfrascado en ella, la visión exacta de lo sucedido para que entiendan que ese agente representa la autoridad y que la actitud de su padre no era de desprecio a la misma. De aquí me sale la entrada de hoy, iba pensando.

Pero un autobús se para en medio de los dos carriles de la Ronda de Triana y no me deja pasar, y le sigo durante tres manzanas. Toda la trasera del vehículo es un anuncio publicitario: Un bebé, recostado sobre su madre, nos mira con la dulzura y sonrisa propia de un bebé de anuncio. En grandes letras, se nos invita a cumplir nuestro sueño. Por el anagrama de una esquina entiendo que se trata de un anuncio de algún centro de fecundación artificial.

He visto anuncios similares en otras ocasiones y no sé por qué no he traído aquí la tristeza que me causan. Me decidí a hacerlo con este y me encuentro el trabajo prácticamente hecho, ya que intentando encontrar la imagen o la web a la que dirigían he salido ganando encontrando la reflexión que mi paisano Isaac hace sobre el mismo tema en Infocatólica.com. A ella les remito suscribiéndola en su totalidad. También a los no creyentes, pues creo que no sólo a nosotros nos debe afectar la total cosificación y mercadeo de toda nuestra vida, empezando -literalmente- por la concepción de la misma.

¿Son los hijos un sueño realizable de manera comercial? ¿Entenderemos algún día que no son un derecho sino un don? Dejando aparte los casos de infertilidad que tanta tristeza lleva a tantas casas… ¿son también un bien adquirible en el mercado o un derecho de aquellas personas que prefirieron «realizarse profesionalmente» y ahora, cuando la biología se muestra inexorable, siempre nos quedarán unos miles de euros para «comprar» un heredero?

Esto es sólo el extremo, la punta del chiringuito. El resultado de una manera de vivir, aceptada por la masa, en la que los hijos son unos «bienes» debidamente valorados en el inventario, supeditados a otras prioridades personales o profesionales y que dependen, fundamentalmente, de criterios económicos.

Protocolo o educación

La Ministra Chacón, esa que parece sacada de una caja que pusiera «La Ministra de la Señorita Pepis» dice que quiere acordar con todos los partidos un protocolo para la celebración de los actos de la Fiesta Nacional para evitar los abucheos por todos conocidos. La Ministra Chacón nos regala en cada aparición suya un nuevo motivo para pensar, como yo pienso, que es una seria aspirante a encabezar el cartel de su partido para las próximas elecciones generales: No sabe de lo que habla, pero pone caritas para parecer importante, y pide lo contrario de lo que hace. No me negarán que con esas credenciales es una seria candidata a La Moncloa.

El caso es que alguien debería decirle a la Ministra de la Señorita Pepis que no, que lo que ella quiere no es protocolo. El que un puñado de imbéciles piten y abucheen durante el acto de homenaje a los Caídos por España no es problema de protocolo, sino de educación. Es un problema de falta de respeto a un solemnísimo acto encuadrado dentro de una celebración oficial de gran importancia. Es un problema de chusma maleducada.

Lo del protocolo es otra cosa, harto discutible para muchos, que consiste por ejemplo en acudir a un acto solemne vestida tal y como dice en la invitación, con traje y falda  en lugar de pantalones. Si yo no llamo Señora Ministra a Chacón, estoy faltando al protocolo. Si le cojo el culo mientras le llamo «chorba», no. Entonces lo que no tengo es educación. Si no me pongo en el asiento que me corresponde en un acto con el Presidente del Gobierno estoy faltando al protocolo. Si me rasco la entrepierna y le miento a la madre, estoy atentando contra la educación.

Si el presidente de la Nación no celebra la Fiesta Nacional está faltando a sus obligaciones y al protocolo. Si reniega públicamente de esa Nación considerándolo una entelequia discutible, lo que no tiene, aparte de la mínima formación o cultura, es dignidad para el cargo que ocupa, educación ni vergüenza.

Si una Ministra de Defensa no acude al acto de la Fiesta Nacional y a su desfile militar, está faltando al protocolo y a sus obligaciones. Si lo que hace es aplaudir con las orejas a quien considera a esa Nación «la puta Espanya», lo que no tiene es educación, vergüenza ni dignidad para ocupar su cargo.

No es protocolo lo que usted quiere, Señora Ministra. Apruebe su gobierno una legislación que castigue los ultrajes a la bandera, al ejército, o a los símbolos de la Patria que tenga a bien proteger. Perfecto. Apruébese a la mayor brevedad:  Y APLÍQUESE, COÑO, EMPEZANDO POR SUS COLEGAS.

Al final llegamos al triste retrato de la España de los peores tópicos, en la que gente zafia e indigna se insulta y escupe, sin respetar a sus vecinos, a su Patria ni a sus ancestros. Unos silbando mientras recordamos a nuestros muertos, otros insultando a Espanya, otros discutiéndola. Chusma infecta.

Una raza en extinción

Con Manuel Alexandre, como con José Luis López Vázquez hace casi un año, se nos escapa poco a poco entre las manos una generación irrepetible, una raza de artistas que supo hacerse un sitio en nuestra casa, que serán para siempre parte importante de nuestros recuerdos y a los que para siempre sentiremos como a alguien cercano.

Descanse en la Paz del Señor y disfruten las tablas de los escenarios eternos de su ahora renovado arte.