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El arreglo

Profesionalmente lo he vivido varias veces. Después de meses y meses avisando de que determinada aplicación informática es no sólo mejorable sino que debería ser rediseñada por completo, salta la incidencia. Algo se ha caído y nos encontramos sin tiempo de reacción. Las liquidaciones de miles de cuentas de ahorro, por ejemplo, han salido erróneas porque no se contempló determinado factor que el proceso no tiene en cuenta que cambió ayer mismo. Suenan todos los teléfonos, se encienden todas las alarmas y todos los jefes te piden explicaciones y plazo de reparación de la incidencia. «Lo que necesites, me llamas al móvil», nos dicen. «Cualquier autorización que os haga falta la tenéis».

Ya. Hay que arreglarlo ya.

Y te dejas los cuernos, y punteas en segundos miles de registros, cuadrando a ojo en tus pruebas e intuyendo, más que viendo, que con tus parches el sistema toma los datos correctos y al pensionista del 3º B ya no se le carga la comisión de 4 euros, sino la que le corresponde de 1,50. Mientras intentas asegurarte de que todo está bien, de que no se te olvida ningún cabo suelto, de que has parcheado primero y reproducido después a mano y por tus propios medios el proceso que normalmente se hace automáticamente y que tú no montaste, el teléfono no para de sonar.

«¿Qué, cómo vamos?» «¿Estará antes de las 10?» «Están llamando algunos clientes a la oficina telefónica, y a unos cuantos ya se les ha arreglado a mano la liquidación».

¿A mano? Entonces te cagas en todo lo cagable, ya que ahora tienes trabajo doble: Hacer la liquidación nueva y a la vez puntear las que se han hecho a mano para esas no tocarlas. Ring ring. Puto teléfono. ¡Que estoy en ello, joder!. Unas agotadoras horas después el pulso empieza a normalizarse, ya nadie llama, las cuentas están reliquidadas y nadie protesta. Tampoco te llama ninguno de los que hace un rato te ofrecían lo que quisieras para agradecerte el esfuerzo. Tu mujer te manda un SMS «¿Te queda mucho? Ya he acostado a los niños». Nadie más se acuerda de ti.

Tú sí. Tu te acuerdas de muchos familiares de mucha gente.

La mañana siguiente reina un comentario: «¿Qué liaste ayer? Vaya tela la que montaste, ¿No?» Las tres primeras veces haces el intento de explicar que no es culpa tuya, que el sistema estaba mal montado desde el principio, que tú lo heredaste y que llevas años diciendo que hay que cambiarlo. «Sí, sí». A la cuarta te comes lo que te echen. O eso o mandas al carajo al personal.

Al rato aparece el jefazo. Primero te pregunta si todo, absolutamente todo, está en funcionamiento. Luego te pide explicaciones. Y ahí estás tú, explicándole las deficiencias del sistema, insistiendo en la necesidad de rediseñarlo, exponiendo uno por uno los puntos críticos que sólo se sostienen por la inercia pero que van creando a su alrededor más y más incidencias menores. Menores si se miran aisladas, pero que juntas forman un grave problema. Y como colofón final le expones que todo eso es tu opinión, fruto de la experiencia, y que te comprometes a colaborar para montar un sistema nuevo, eficaz y limpio, pero que al fin y al cabo tú no eres más que un «recurso», personal externo, carne de cañón, que estás ahí para comerte los marrones pero que ni pinchas ni cortas a la hora de tomar decisiones importantes…

Y el jefe, que mientras tú soltabas tu análisis iba consultando su agenda y los mensajes recibidos en su blackberry con un «claro, claro, sí, sí» que evidencian que le importa un carajo tu análisis, tu lamento por el follón creado y tu aviso de que esto volverá a pasar más pronto que tarde, de repente te corta en seco, te pone una mano en el hombro y te dice: «No seas tan fatalista, hombre, que esto está como tiene que estar, y si vuelve a pasar algo, pues ya lo arreglamos entre todos». Da media vuelta, y se pira. Ahí te quedas, pringao, le faltó decir.

Pues eso. Que «ya si eso lo arreglamos entre todos». Punto o-erre-gé. Con toas tus muelas.

Para niños

En algún hogar de Occidente, mundo civilizado, cultura avanzada:

– Mariano, tenemos que hablar.
– Sí, Maruja, ¿qué pasa?
– El niño. Que me he enterado de que te coge el coche sin que tú lo sepas y se lo lleva por ahí de marcha.
– ¿El niño? Pero si tiene 12 años ¿cómo va a coger el coche? ¿Y sabe usarlo? Eso es un disparate, hay que hablar con él y explicarle que no tiene edad para según qué cosas y que ya tendrá tiempo de…
– Ay, Mariano, no seas así. Si el niño está en ese plan, pues lo que habría que ir pensando es en comprarle un coche, así, más pequeño, adaptado a él, no que vaya por ahí con el 4×4 que es mucho para él. Además hay otra cosa.
– ¿Otra cosa? ¿Qué pasa?

– Pues que fuma, Mariano, que el niño fuma.
– ¿Que el niño fuma con 12 años? Mira, voy a hablar con él, que tiene que pensar en que es muy joven y que…
– Ays, Mariano, hijo, qué pesadito te pones. El niño fuma y ya está. Pero es que ¿tú has visto al precio que está el tabaco? He pensado que podríamos hacer un pedido grande por una web que yo conozco que te lo traen de no se qué país y te sale mucho más barato, que el niño con su paga es que no se lo puede permitir, a 3 ó 4 euros que está el paquete…

A estas alturas Mariano no es capaz de cerrar la boca y admite que no entiende nada, así que vuelve a darle volumen a la tele y sigue deleitándose con los bailes de Belén Esteban mientras concede:

– Como tú quieras, cariño.

¿Absurdo? Eso creía yo. Pero con las noticias que uno encuentra ya no sabe dónde está el absurdo.

(Nota: Pueden cambiar los roles de Mariano y Maruja y/o sus nombres, es indiferente)

Causas no naturales

Durante el día de hoy he escuchado en distintas emisoras de radio la referencia a la estadística que dice que el suicidio se coloca como primera causa no natural de muerte en España, desplazando a los accidentes de tráfico.

Doy unas cuantas vueltas por el google y no encuentro medio de (des)información que rectifique semejante disparate. 3.021 suicidios. ¿La primera causa de muerte no natural?

Supongo que los 115.812 abortos en el mismo 2008 son de lo más natural del mundo. Es lo que tiene que TODOS los partidos del Parlamento lo vean como algo bueno, y que casi 25 millones de borregos los secunden en la celebración.

Sí. He dicho todos. Sí, he dicho borregos. 25 millones. De borregos cómplices.

Pajarraco rojo

Cuando, antes de empezar su primera temporada, TVE bombardeó con la publicidad de Águila Roja, la serie me olió un poco a chamusquina. Pero, pardiez, siglo XVII, Madrid, espadas… a esto hay que echarle al menos un ojo. No soporté ni la mitad del primer capítulo. Un enmascarado saltimbanqui, de aire oriental, artes marciales y diálogos tipo «passsa tronco, cómo me molas y qué guapa tu espada, ¿que no?». Madrid del XVII, recuerden.

Licencias de ese tipo se le permiten, contadas, a algunos genios. No era el caso, así que directamente quité la tele y no volví a verla.

Mi santa esposa ya mostró muestras incomparables de mal gusto al elegir marido. Así que cabía esperar que recayera, y en esta segunda temporada se aficionó al asunto. Entre pitos y flautas, no me había sentado con ella a verla, ni a «estar ahí» mientras ella la veía. Pero anteayer sí.

Anteayer coincidieron una serie de cosas, y allí estaba yo, dándole la papilla al enano mientras mi santa cenaba y con la tele puesta. Y ahí ya constaté que el mal tufillo que me daba es tal cual. Vamos, que la serie es de manual: El clero es una partida de cabrones sin excepción, por emanación de la propia Iglesia Católica que es, claro está, el súmmum de la maldad; se vive en un régimen tiránico y de terror, los buenos son los moriscos que fueron expulsados en un acto de nazismo y a cuyos hijos se esclaviza, y la administración de justicia consiste en dejar a una mora clandestina en medio de una plaza para que el populacho la lapide. Leyenda negra pura y dura.

Me comenta S. «¿No te sorprenderás a estas alturas ¿verdad?» No. No me sorprendo. Ni remotamente. Sencillamente me hastío. Me hastío de que una enorme cantidad de hijos de puta que se dedican a hacer libros, series y películas, para lavar su hijoputez se empeñen repetidamente en justificarse pretendiendo que les viene de genética, y que aquí hemos sido todos unos hijos de puta desde que a un noble hispano y a un puñado de asturianos se les ocurrió pegarle una pedrada a Munuza. Y no es verdad.

Que hijos de puta los hemos tenido a puñados durante siglos, por supuesto. Y los seguimos teniendo. Y muchos de ellos están empeñados en contarnos que ellos no lo son tanto comparados con… con sus ensoñaciones políticamente correctas de leyenda negra.

Pues lo dicho: Con vuestro pan os lo comáis. Los hijos de puta, suele pasar, se avergüenzan de su linaje. Pero los demás no. Los demás estamos orgullosos. A pesar vuestra. Hijos de puta.

Semana del 28F

Ya estamos, como todos los años. Que si desayuno andaluz, que si verde y blanco, que si bla, bla, bla, que es la semana del 28 de febrero.

Hasta los huevos estoy.

¿Qué se hizo en el colegio por el 12 de octubre? ¿De qué manera se festeja, se inculca a los niños el orgullo y el amor por la Patria, por la Nación? Nada. Absolutamente nada. Si acaso, al 6 de diciembre, a celebrar la promulgación de una ley. De un marco legal. Sin más sustento que eso: Que es la ley.

¡Fiesta, fiesta! ¡Vamos a conmemorar que llevamos 30 años haciendo el capullo, pero con estatuto!

¿La Fiesta Nacional? ¿Patria? ¿Nación? ¿Orgullo? ¿Legado? ¿Herencia? ¡Por favor, qué rancio!

Y ahora id y escandalizaros de que en una final deportiva se pite, silbe, insulte no al Borbón, no a la persona que ocupa la Jefatura del Estado, sino a los símbolos que representan a la Nación.

Ahora, ahora indignaros, preguntaros los porqués, echad las culpas a los partidos nacionalistas. No vayáis a miraros el ombligo. No vayáis a conceder, quizás, que esa cojonuda Constitución que parísteis para que los nacionalistas pudieran hacer y maleducar a su antojo, y sus 17 hijos estatutarios puedan tener algo de culpa. Que el resto de partidos vieron que los nacionalistas tenían unos cortijos de puta madre y se metieron en el mismo remolino que ahora nos arrastra entre toda esta mierda.

No. No lo reconozcáis. Seguid cantando sus maravillas. Y seguid mamando de ella. De la Constitución. Y de sus 17 hijos bastardos. Y a los demás, que nos vayan dando.

Y corred, llevad a los niños con banderitas verdes al cole. A ver si así, el día de mañana, también los de aquí ven como algo ajeno y a derribar eso del rojigualda y del chunda-ta-chunda-tachunda-tachún.

Niños hiperprotegidos

Leo una interesantísima entrada sobre el tema que recoge D. Enrique Monasterio. Al hacerlo, me viene a la cabeza lo que me ocurrió la primavera pasada.

Volvía de la Feria de Sevilla. Mi mujer, embarazadísima por entonces, se quedó en casa y a mí me tocó el cumplir el trámite y llevar, al menos un día, a las niñas. Por cierto, que a la ida tuve una pequeña aventura que ya conté aquí. En la feria habíamos quedado con mi cuñada y mi sobrina, para que las primas pasaran un rato juntas en una caseta.

A la vuelta, ya de noche, con el trabajo que pueden imaginar que cuesta tirar de tres niñas de entre 5 y 9 años vestidas de flamenca a las que les duelen los pies pero a la vez no quieren volver a casa y en cada esquina se distraen, tira cada una para un lado mientras nos cruzamos con centenares de personas en sentido contrario y algunos caballistas despistados, coches aparcados en espacios imposibles y ¡leñe! entre los que yo quepo mal que bien pero no me he fijado y ahora se han enganchado los volantes de la niña en el parachoques… espera hija que como tires esto se rompe y verás mamá cuando lo vea…

En fin, lo que viene siendo una vuelta de la feria con todos sus avíos. A lo que iba. A la vuelta pasamos por la esquina del bloque dónde yo viví hasta los 14 años. Delante de él, su zona de aparcamientos al aire libre y ajardinados. Me paré en la esquina y me asomé entre los setos que ahora lo cercan, aislándolo del exterior, y allí contemplé el follón de coches que ahora se amontonaban. Háganse cargo que en mi infancia, lo normal es que por cada casa hubiera un coche, en algunas ninguno y en unas pocas dos. Y eso con hijos mayores incluidos. Llamé la atención a mis hijas.

– Mirad, aquí vivía yo de pequeño. Y en esta parte de aquí jugaba.
– ¿Qué es, un parque? ¿Y a qué jugabas?
– Pues por ahí corríamos, nos escondíamos, trepábamos a los árboles, saltábamos… entonces estas puertas no estaban, y los amigos del barrio nos juntábamos por aquí, nos buscábamos y cuando éramos un número grande, aunque muchos no nos conociéramos más que de vista, organizábamos grupos y ¡a correr! [1]
De ese limonero me caí una vez de cabeza intentando darle un susto a un amigo. ¡Vaya bronca me echó la abuela! Y contra esa palmera me caí cuando ella y yo éramos pequeños, y todavía tengo un trozo del pincho que me clavé dentro de la rodilla. Aquella reja de allí nos la saltábamos hasta que uno de la pandilla se hizo una raja tremenda con el filo oxidado. Y desde ese balcón me llamaban los abuelos si la comida ya estaba y yo todavía no había subido. Y una vez nada más. Que si había que llamarme una segunda ya era para no comer y quedarme castigado.

Veía como mis hijas me miraban como pensando «¿pero qué me estás contando?». Volví la mirada al que fue mi campo de mil batallas, y pensé en voz alta: «Claro que entonces los niños jugábamos, trepábamos, inventábamos e imaginábamos. Y no estábamos todo el día ahí con las consolas, las teles y la madre que las trajo, como los niños de ahora que estáis todos amariconaos». Detrás de mí oí, en voz baja, a mi hija pequeña.

– Tía Pepa, ¿qué es eso de que los niños estamos marinonados que dice papi?
– Nada, cariño. Que tu padre está mayor.

Cartas del diablo a su sobrino

Hace unos días, Museros tenía el buen gusto de recomendar las «Cartas del diablo a su sobrino» de C.S. Lewis. Como con lo dicho por Museros en su entrada el comentario está más que hecho, sólo queda dejar un enlace al lugar dónde comprar el libro (sí, se puede encontrar en pdf, pero por obras así merece la pena gastar unos -pocos- euros y disfrutar de un libro de verdad) y permitirme la licencia de reproducir la primera carta, que como le decía a Museros, encuentro de lo más interesante y actual para entender muchas cosas:

I

Mi querido Orugario:

Tomo nota de lo que dices acerca de orientar las lecturas de tu paciente y de ocuparte de que vea muy a menudo a su amigo materialista, pero ¿no estarás pecando de ingenuo? Parece como si creyeses que los razonamientos son el mejor medio de librarle de las garras del Enemigo. Si hubiese vivido hace unos (pocos) siglos, es posible que sí: en aquella época, los hombres todavía sabían bastante bien cuándo estaba probada una cosa, y cuándo no lo estaba; y una vez demostrada, la creían de verdad; todavía unían el pensamiento a la acción, y estaban dispuestos a cambiar su modo de vida como consecuencia de una cadena de razonamientos. Pero ahora, con las revistas semanales y otras armas semejantes, hemos cambiado mucho todo eso. Tu hombre se ha acostumbrado, desde que era un muchacho, a tener dentro de su cabeza, bailoteando juntas, una docena de filosofías incompatibles. Ahora no piensa, ante todo, si las doctrinas son «ciertas» o «falsas», sino «académicas» o «prácticas», «superadas» o «actuales», «convencionales» o «implacables». La jerga, no la argumentación, es tu mejor aliado en la labor de mantenerle apartado de la iglesia. ¡No pierdas el tiempo tratando de hacerle creer que el materialismo es la verdad! Hazle pensar que es poderoso, o sobrio, o valiente; que es la filosofía del futuro. Eso es lo que le importa.

La pega de los razonamientos consiste en que trasladan la lucha al campo propio del Enemigo: también Él puede argumentar, mientras que en el tipo de propaganda realmente práctica que te sugiero, ha demostrado durante siglos estar muy por debajo de Nuestro Padre de las Profundidades. El mero hecho de razonar despeja la mente del paciente, y, una vez despierta su razón, ¿quién puede prever el resultado? Incluso si una determinada línea de pensamiento se puede retorcer hasta que acabe por favorecernos, te encontrarás con que has estado reforzando en tu paciente la funesta costumbre de ocuparse de cuestiones generales y de dejar de atender exclusivamente al flujo de sus experiencias sensoriales inmediatas. Tu trabajo consiste en fijar su atención en este flujo. Enséñale a llamarlo «vida real» y no le dejes preguntarse qué entiende por «real».

Recuerda que no es, como tú, un espíritu puro. Al no haber sido nunca un ser humano (¡oh, esa abominable ventaja del Enemigo!), no te puedes hacer idea de hasta qué punto son esclavos de lo ordinario. Tuve una vez un paciente, ateo convencido, que solía leer en la Biblioteca del Museo Británico. Un día, mientras estaba leyendo, vi que sus pensamientos empezaban a tomar el mal camino. El Enemigo estuvo a su lado al instante, por supuesto, y antes de saber a ciencia cierta dónde estaba, vi que mi labor de veinte años empezaba a tambalearse. Si llego a perder la cabeza, y empiezo a tratar de defenderme con razonamientos, hubiese estado perdido, pero no fui tan necio. Dirigí mi ataque, inmediatamente, a aquella parte del hombre que había llegado a controlar mejor, y le sugerí que ya era hora de comer. Presumiblemente —¿sabes que nunca se puede oír exactamente lo que les dice?—, el Enemigo contraatacó diciendo que aquello era mucho más importante que la comida; por lo menos, creo que ésa debía ser la línea de Su argumentación, porque cuando yo dije: «Exacto: de hecho, demasiado importante como para abordarlo a última hora de la mañana», la cara del paciente se iluminó perceptiblemente, y cuando pude agregar: «Mucho mejor volver después del almuerzo, y estudiarlo a fondo, con la mente despejada», iba ya camino de la puerta. Una vez en la calle, la batalla estaba ganada: le hice ver un vendedor de periódicos que anunciaba la edición del mediodía, y un autobús número 73 que pasaba por allí, y antes de que hubiese llegado al pie de la escalinata, ya le había inculcado la convicción indestructible de que, a pesar de cualquier idea rara que pudiera pasársele por la cabeza a un hombre encerrado a solas con sus libros, una sana dosis de «vida real» (con lo que se refería al autobús y al vendedor de periódicos) era suficiente para demostrar que «ese tipo de cosas» no pueden ser verdad. Sabía que se había salvado por los pelos, y años después solía hablar de «ese confuso sentido de la realidad que es la última protección contra las aberraciones de la mera lógica». Ahora está a salvo, en la casa de Nuestro Padre.

¿Empiezas a coger la idea? Gracias a ciertos procesos que pusimos en marcha en su interior hace siglos, les resulta totalmente imposible creer en lo extraordinario mientras tienen algo conocido a la vista. No dejes de insistir acerca de la normalidad de las cosas. Sobre todo, no intentes utilizar la ciencia (quiero decir, las ciencias de verdad) como defensa contra el Cristianismo, porque, con toda seguridad, le incitarán a pensar en realidades que no puede tocar ni ver. Se han dado casos lamentables entre los físicos modernos. Y si ha de juguetear con las ciencias, que se limite a la economía y la sociología; no le dejes alejarse de la invaluable «vida real». Pero lo mejor es no dejarle leer libros científicos, sino darle la sensación general de que sabe todo, y que todo lo que haya pescado, en conversaciones o lecturas es «el resultado de las últimas investigaciones». Acuérdate de que estás ahí para embarullarle; por como habláis algunos demonios jóvenes, cualquiera creería que nuestro trabajo consiste en enseñar.

Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO

Manifiesto 28-F. Con F de Fernando.

Recogido de otras bitácoras.

Si estás de acuerdo con este Manifiesto, difúndelo… Si estás de acuerdo con este Manifiesto y eres andaluz… participa y muestra tu adhesión… Si estás en una asociación… adhiérete a él y súmate a las que ya están.

Fernando III el Santo, Padre de la Patria Andaluza.

28-F, CON “EFE” DE FERNANDO

Nosotros, andaluces de las actuales provincias de Andalucía, orgullosos de nuestra tierra, de nuestra identidad y de nuestras raíces amamos a nuestra Patria y queremos celebrar nuestro Día de Andalucía ofreciendo este manifiesto a todas las asociaciones, de la naturaleza que sean (juveniles, culturales, deportivas, sociales, y cualquier otro tipo de colectivos establecidos en nuestra comunidad autónoma, etcétera…), con la sola condición de que sean asociaciones que arraiguen en Andalucía, para que las mismas puedan adherirse a este Manifiesto desde el momento en que lo hacemos público y sin que se clausure bajo ningún plazo establecido.

Redactamos este Manifiesto para expresar pública, libre y voluntariamente que:

1º. Reconocemos como Padre de Andalucía a Fernando III “el Santo”, Rey de Castilla, Toledo, León, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén.

Siéndolo, en primer lugar, por las cualidades humanas que concurrieron en su personalidad histórica, reconocidas por sus vasallos y enemigos; pues, tal y como reza su epitafio, Fernando III el Santo fue “el más leal, el más verdadero, el más franco, el más esforzado, el más apuesto, el más granado, el más sufrido, el más humilde”. En segundo lugar, es Padre de Andalucía por la proyección histórica de su labor reconquistadora, incuestionable causa de nuestra actual Andalucía (progenitor inmediato de los Reinos de Jaén, Córdoba y Sevilla cuando los reconquistó por su propio brazo; ancestro mediato del resto de provincias hermanas que si no lo tienen como Padre, bien lo podrían tener como Abuelo). La paternidad histórica de Fernando III el Santo no puede rechazarse por ningún andaluz bien nacido; sólo un ignorante podría abjurar de su verdadero origen.

2º. Bajo la égida de la regia figura de Fernando III el Santo fueron felizmente reintegrados a España los territorios españoles que sufrieron siglos de infeliz y terrible esclavitud, sometidos a una cultura extraña y fanática, brutal e invasora que reconocemos como hostil a nuestras libertades y ajena a nuestro propio ser andaluces.

3º. Por las felices victorias del Rey Fernando III se establecieron en nuestro amado suelo patrio nuestros antepasados; solar que les fue arrebatado mediante una invasión: por la fuerza bruta, cruel y sanguinaria, y por la traición de algunos. Siglos y siglos de tinieblas fueron los que sufrió Andalucía, bajo un poder extraño que la sumergió en la noche más lóbrega y sórdida de la barbarie. Fernando III trajo la luz.

4º. Nos vemos forzados a reclamar la paternidad histórica de Fernando III el Santo, tras haber sido puesta en cuestión por nuestro Parlamento de Andalucía cuando, en 1983, impuso -en el Preámbulo del Estatuto de Autonomía para Andalucía- como “Padre” de la misma a un personaje partidista, que ni representa ni puede representar legítimamente a la totalidad del pueblo andaluz, por mucho que sus partidarios le presupongan una paternidad que dicho personaje –cuyo nombre silenciamos a propósito- no puede tener.

5º. Reclamamos que las autoridades políticas de la Comunidad Autónoma Andaluza reconozcan a Fernando III el Santo como indiscutible y exclusivo Padre de Andalucía. Será así como podrán suturar el abismo que la clase política abrió entre ella y el auténtico pueblo andaluz que dice representar. Para que la distancia que cada vez separa más a la clase política del pensar, el querer y el sentir del pueblo no se agrande más.

Y, para que ello surta efecto, suscribimos este manifiesto, el cual se hará público todos los 28 de Febrero, Día de Andalucía, para que todos los 28 de Febrero, éste como los que estén por venir, se escriban con “F” de Fernando, y no con “F” de Falso.

Metropol o la realidad pepera

Supongo que los que no son sevillanos, e incluso muchos de estos, desconocerán la vergüenza de las obras de la Plaza de la Encarnación de Sevilla y su estrafalario proyecto Metropol Parasol. Les hago un escueto resumen:

En pleno centro histórico de Sevilla, hace décadas se derriba el que era Mercado de la Encarnación, en la plaza del mismo nombre. Durante años y años, entre promesas y proyectos, aquella plaza se convierte en solar impresentable cuya única utilidad consistió en servir de aparcamiento. Con la llegada a la alcaldía de Alfredo Sánchez Monteseirín, conocido por «Alfredito Buena Gente» o «Menteserrín», llegan los proyectos de cateto acomplejado y nuevo rico, consistentes en modernizar la ciudad a golpe de mueble de diseño, acero, espejos y bancos del Ikea. Y allí, en la Encarnación, decide levantar una modernez «tal que los siglos venideros nos tengan por supermegafashionquetecagas».

Aprobado el proyecto con el recurso archiconocido de «el que no sea tan modenno como yo es que no quiere que esta ciudad progrese» y presentado con el rimbombante nombre de «Metropol Parasol», los sevillanos, estupefactos ante la visión de la maqueta de semejante espanto, rápidamente pasan a conocer el invento por «las setas». Observen ustedes la maqueta y no pierdan de vista la ubicación: En pleno centro histórico de Sevilla.

El caso es que la obra empezó y allí se empezaron a tirar millones,millones y millones, mientras se superaban y olvidaban los plazos, los límites, los compromisos. y así estamos, con una obra espantosa empantanada, con unos restos arqueológicos de la zona que se arrasaron porque lo primero es lo primero y aquí se funciona a comisión, con unos informes que ahora salen a la luz y que revelan que el Ayuntamiento hace años que sabe que el proyecto es inviable según el propio arquitecto -Jürgen Mayer, que hasta la fecha no ha devuelto el dinero por esa inviabilidad, que sepamos-, con unos informes que dicen que los cimientos no aguantan la estructura que se quiere hacer, con una constructora -Sacyr- que ganó el concurso porque era la más rápida y barata que no deja de pedir dinero (además de 20 en 20 millones de euros, pasando ya los 100) para no terminar nunca nada… En fin, sevillanía pura, y olé. No passa nada. Aquí nunca passssa nada.

Unos enlaces para profundizar en la miseria: [1] [2]

El caso es que ahora aparece Juan Ignacio Zoido, el alcaldable pepero, el ganador de las últimas elecciones municipales que desde entonces no hay día en el que no aparezca en 15 sitios a la vez, siempre con sus reporteros de cabecera escoltándole, y nos trae la solución: Dice el Sr. Zoido que mira, que pa estar como estamos, dejamos la obra a la mitad, que total, si esto no tiene remedio. Así gastamos menos pero vamos abriendo ya la plaza y por lo menos nos quedamos como estamos.

El asunto concreto del que hablamos pasa a ser secundario. La actitud sí me parece muy descriptiva. Pepismo (del PP) en estado puro. ¿En qué consiste el pepé, básicamente? Pues en coger los destrozos realizados por el PSOE (que son innegables y devastadores), darles una manita de pintura, cerrar el grifo del derroche, apuntalar lo hecho y venga, a sanear las cuentas que es lo importante. Y así, llegan, arreglan los números, sanean la macroeconomía -esa que aparece en los informes trimestrales y que a usted y a mí les suena a chino- y dejan la talega llena. Luego vuelven a llegar los otros y con los ahorros siguen destrozando cosas.

Pero no a Zoido, que no creo que sea mala persona sino un buen tipo con buenas intenciones atrapado -por su voluntad- en la maquinaria de la política real, sino al PP en su totalidad, se le nota el barniz que le brilla en otros asuntos. Aquí se trata de urbanismo, de estética y de constructoras trinconas. Pero en otros asuntos de más profundidad, siempre es lo mismo: No tiene huevos para arrancar la mala hierba desde la raiz.

No tiene huevos para poner encima de la mesa las dos alternativas: O se echa abajo lo ya construido o se exige que se termine la obra. En ambos casos, tirando de la manta y exigiendo responsabilidades económicas y si es preciso penales a alcaldes, concejales, delegados, constructoras, arquitectos y otros trincones infames. Sin hacer prisioneros. Sin miramientos. Y todo lo que no sea una de esas opciones no son sino una nueva muestra de la tibieza y la cobardía de el partido popular, al que algunos llaman mal menor y que no es más que el colaborador necesario, el apuntalador de la obra de otros. En suma, el mismo mal que «los otros», pero con las cuentas saneadas (que no claras).

Vamos, que nos darán por culo igual, pero oiga, con unos niveles de déficit y de convergencia con «Uropa» envidiables.

Repito: En este caso hablamos de estética, de urbanismo y de trincones. Es igual. Sirve de ejemplo para lo que afecta a la vida, a la dignidad, a la justicia. Esto es el pepé. El mal menor. Por los cojones.

Ceniza

«Recuerda que polvo eres y al polvo volverás»
Gen. 3,19