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No estás sola

Susana Díaz, Consejera de Presidencia e Igualdad de la Junta de Andalucía, firmaba una tribuna el pasado domingo en Diario de Sevilla titulada «No estás sola», por la conmemoración ese día del «Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres». No voy a entrar ni en el autobombo que se da, ni en su neolengua llamando a semejante lacra «terrorismo de género», ni siquiera en las muchas y fáciles posibilidades que ofrece la firmante en cuestión.

Tan sólo quiero decir algo sobre la sorpresa que a Susanita la Excma. Sra. Consejera le causa el que esta repugnante violencia esté «muy presente en la juventud, ésa que ha nacido en Democracia (sic) y que tendría que tener interiorizada la plena igualdad entre hombres y mujeres».

A ver, esa juventud que supongo que quiere decir que nació en España ya durante el régimen del 78 parece tener interiorizado precisamente aquello que desde el régimen del 78 se le ha inculcado: La importancia del yo, el supuesto derecho a una libertad mal entendida, la supremacía de la voluntad propia, el hedonismo y el relativismo. Y eso, Sra. Díaz, bien interiorizado, lleva al absoluto vacío moral y exactamente a la situación que a usted le sorprende: Que el resto del mundo son «cosas» y que lo que estorba a mi voluntad, placer y bienestar se convierte en el enemigo. Y al enemigo se le combate. Y en un vacío moral, ese combate no tiene normas.

Nuestros padres y abuelos, DIGAN LO QUE DIGAN LA SRA. DÍAZ y sus compañeros, tenían claro, primero, que una persona es sagrada y, segundo, que el hacerla su esposa llevaba consigo una serie de obligaciones que constituían una nueva vida. Y seguro que había mala gente, y seguro que había hábitos sociales que hoy nos chirrían. Pero nuestras abuelas eran las señoras de nuestros abuelos y de la casa, mientras que nuestras hijas son «la pareja», «la compañera» o «la chica» de esos jóvenes nacidos, según la Sra. Díaz, en el lejano reino de Democracia, a los que se les ha dicho que tienen derecho a ser jóvenes despreocupados para toda su vida, y a tenerlo todo.

Y eso se nota.

Nacionalidad en oferta

Me entero anoche de que el gobierno de Marianonaniano ha puesto la última piedra de la majadería iniciada hace ya 30 años de otorgar plena ciudadanía española a todos los que se digan descendientes de los sefarditas que en 1492 eligieron mantener su fe blasfema y abandonaron España*.

Ya en el inicio de esta, repito, majadería, recuerdo mi vergüenza por tamaña muestra de complejo y estupidez. Pienso ahora que entonces contaba yo la misma edad que hoy mi hija mayor. Y ya me indignaban estas cosas. Veo que mi labor como padre lleva algunos retrasos.

En aquella modificación se reducía el plazo necesario de residencia en España para la adquisición de la nacionalidad de 10 a 2 años a los sefarditas, igualándolos a “nacionales de origen de los países iberoamericanos, Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial o Portugal”.

Bien, el caso es que si entonces me indignaba la equiparación, ahora que se realiza una modificación de la ley para fijar los requisitos de los sefarditas (y sólo de los sefarditas) en las simple solicitud de la nacionalidad, vivan esos supuestos sefarditas donde vivan, lanzo una petición que sería mucho más justa que esta majadería, y desde luego no fruto del complejo sino de la justa aplicación de los principios que para con los sefarditas se pretenden defender, falseándose la Historia.

Pido por tanto, aquí y ahora, a Marianonaniano, y al Jefe del Estado, que si se trata de reconocer a quienes fueron ciudadanos de pleno derecho de nuestra Patria, obligados por la injusticia a dejar de serlo en el pasado, hijos estos verdaderamente de nuestra cultura y hermanos en la fe que forjó nuestra historia dos veces milenaria, se conceda, de manera inmediata e incondicional, la plena nacionalidad española a todos aquellos hijos de las Españas del otro lado del Atlántico, de Portugal, de Guinea, de Andorra y de Filipinas.

Lo que por ser de justicia comparativa exijo en esta hora.

* Nota: Para víctimas del correccionismo político, un breve recordatorio de que de aquí se fueron con sus vidas y posesiones protegidas por la Reina Isabel, al contrario que del otros lugares que hoy nos quieren dar lecciones y a los que algunos necios compran gustosos sus infamias.

Quién fue Gonzalo Queipo de Llano y Sierra. 1875-1951

Nicolás Salas presentó el pasado jueves en Sevilla su último libro, «Quién fue Gonzalo Queipo de Llano y Sierra. 1875-1951«., editado por Abec Editores. Lo hizo en el salón de actos del Colegio Oficial de Médicos de Sevilla.

Sobre el libro, decir que se publica ahora después de 26 años de trabajo, que se inician con su novela «Morir en Sevilla», que contiene la crónica más fiel publicada hasta entonces (1986) de lo que sucedió el 18 de julio de 1936 en Sevilla. A partir de ahí se inician una serie de trabajos sobre documentación y papeles del propio Queipo de Llano que amplían y completan la visión, haciendo de este volumen una obra indispensable para entender lo sucedido en aquel verano.

Y no solamente el cómo se desarrolló la actuación de Queipo de Llano, sino el por qué se llega a esa situación. El libro contiene un retrato de la realidad de España en general y Sevilla («la Roja») en particular en aquellos años 30, cuyo escenario puede ser calificado de cualquier cosa menos de normalidad democrática y legalidad republicana, como sostienen los iluminados de la memoria histérica.

Sobre la presentación en sí, me quedo con algunas palabras del autor. Ante una concurrencia no muy nutrida, nos agradeció la asistencia que consideraba «superior a la esperada» porque según nos dijo «casi todos» (aunque mi compadre decía que él no había escuchado el «casi», lo que me hace dudar) «los periódicos de Sevilla se han negado a publicar la reseña de esta presentación». La cuestión no es menor. Nicolás Salas es una figura muy reconocida del periodismo sevillano, incluso tiene una calle en Triana, inagurada oficialmente hace solo unos días pero concedida hace varios años por el gobierno local anterior de coalición PSOE-IU.

Como en otras ocasiones le he oído, también se refirió Nicolás Salas a la comparativa entre el odio que aún le profesan las izquierdas y el desprecio que al cabo de los años ha arraigado entre una gran proporción de la sociedad sevillana que, presa de sus complejos y miserias, escupen ahora sobre la memoria de aquel al que deben en no pocos casos haber mantenido la vida y la hacienda. «Sin la actuación de Queipo de Llano» -inició Nicolás Salas su intervención- «seguramente muchos de los que estamos hoy aquí no viviríamos».

Resumiendo: Que compren ustedes (aquí mismo) el libro con el que, según el autor, el editor se ha jugado su empresa por la osadía que supone en estos tiempos ir contra el discurso impuesto.

Miliki

Descanse en Paz. No tengo más palabras que las necesarias para presentarle al Señor mis oraciones para rogarle que premie lo mucho que millones de niños reímos y disfrutamos con él.

Matrimonio, algunas reflexiones

Desde hace mucho quiero escribir sobre el matrimonio. Hace unos días estuve a punto de hacerlo, a cuenta del comentario que una amiga de mi santa le hacía en el caralibro relativo a la entrada “Arcadia educativa”. En dicho comentario, R. se centraba en la cuestión de las denuncias y fraudes relativos a las solicitudes de plaza en colegios concertados (porque es donde hay más demanda que oferta, no porque los padres de alumnos de la concertada sean defraudadores y los de la pública angelicales), y hablaba, como el colmo del punto al que se llega, del matrimonio, diciendo: “conozco casos en los que hasta se han divorciado para tener más puntos…yo flipo con esto de los coles y la de fraudes que hay”.

Bien. Efectivamente eso ocurre. Separaciones y divorcios realizados de mutuo acuerdo, que esconden un mantenimiento de la convivencia familiar, y que tienen el único objetivo de obtener puntos adicionales. Y digo yo ¿es esto algo para “flipar”? ¿Podemos entender actitudes como esta como el colmo de los colmos?

Cuando estaba a punto de casarme, caí en una cuestión en la que no había pensado hasta entonces, que es la obtención del libro de familia en el registro con el simple hecho de la presentación de un papel firmado por los novios y… por el cura que oficia el matrimonio. Supe entonces que en Francia, por ejemplo, no ocurre así, y la gente se casa “dos veces”, una por lo civil y otra por la Iglesia. Tentado estuve de no presentar el certificado de marras, al menos hasta que no analizara la cuestión. Evidentemente yo no me había planteado casarme o no en función de ventajas o desventajas administrativas o fiscales, y a mí la celebración que me valía (y vale), que me importaba (e importa) y servía (y sirve) era la que realizamos ante el altar con la bendición de Don Antonio. Lo otro era absolutamente secundario.

El caso es que no era cuestión de investigar, y una amiga se encargó de llevar el papelito al juzgado y obtener así nuestro libro de familia.

En más de una ocasión, cuando se ha hablado de algún divorcio, mi pregunta suele ser si estaban casados por la iglesia o por el juzgado, lo cual suelo hacerlo de manera que a quien sea menester, le pinche: “¿pero están casados de verdad o en el juzgado?”. Jamás he asistido a una boda civil ni pienso hacerlo, ya que lo encuentro tan absurdo como asistir a la celebración de la firma de una hipoteca o de una matrícula escolar. De hecho, estos dos ejemplos me parecen mucho más vinculantes para los contrayentes que el casamiento civil, por lo que en un momento dado, sería más fácil que yo acudiera a tal festejo. Es más, en muchas ocasiones me planteo si declinar invitaciones a bodas canónicas de contrayentes que evidentemente lo hacen por folclore o presión familiar, y si no lo he hecho ha sido por no erigirme en juez de aquello que, aunque intuya, no pueda conocer.

Esta, evidentemente, es mi posición, particular y no sé si intransferible. Y tengo por seguro que una infinita mayoría de la gente no sólo no la comparte sino que la rechaza de plano. Perfecto, es algo con lo que cuento y en ello me honro. Para una gran mayoría, el discurso dominante de la evolución de los tiempos, del amor que pasa y se va y es mejor no forzarlo y demás gilipolleces (sí, vale, es su opinión y me pide respeto, pero es que la mía es que eso es una gilipollez, oiga, respétela igualmente). El caso es que, el que compre ese discurso dominante del que hablaba, hombre, que no me de la brasa con escándalos y fraudes.


Porque ¿qué quedamos entonces que es el matrimonio? ¿Algo trascendente, un compromiso que adquirimos voluntariamente pero que con él nos obligamos más allá de tiempos y voluntades? ¿O un acuerdo “de dos personas adultas que en un momento deciden que su relación debe inscribirse de tal manera aceptando que en el futuro, si todo cambia, somos adultos para seguir cada uno por nuestro lado”?

Es que, mire usted, ¿A usted le parece normal, moderno y aceptable que el matrimonio civil haya quedado reducido a un acuerdo fiscal transitorio que puedo romper cuando “cese la química” o, por decirlo de otro modo, descubra que la vecina me tira más? ¿Pero a cambio le parece anormal que alguien cambie esa formalidad legal por el bien de sus hijos?

No, no es una reducción al absurdo. El absurdo está desde el inicio, desde la degeneración (degenerar: Decaer, desdecir, declinar, no corresponder a su primera calidad o a su primitivo valor o estado) del matrimonio en ese engendro (engendro: Plan, designio u obra intelectual mal concebidos) legal.

Para demostrar lo absurdo de la situación, expongamos el caso contrario: También conozco casos de familias numerosas, unidas y (al menos aparentemente) felices, que un buen día te dicen “no, si nosotros no estamos casados”, y ante mi sorpresa, explican “es que por madre soltera tengo puntos adicionales, mejores condiciones de acceso a las becas…” E igualmente parejas que conviven como matrimonios (son fieles, con vocación de permanencia y tienen hijos en común) que no se plantearon ventajas o inconvenientes… simplemente “nos queremos y eso no necesita papeles”.

Bien. Ahora pregunto si aquellos que pueden escandalizarse porque matrimonios soliciten la separación o divorcio civil para obtener tal o cual ventaja administrativa, condena como fraude que sí obtengan esas ventajas los que viven sin matrimonio de estos otros ejemplos. A ver. ¿Alguien da el paso adelante? ¿Nadie? A la una, a las dos…

Todas estas cosas y muchas más me rondaban para escribir sobre el matrimonio civil… y en estas salió el Tribunal Constitucional a decir que la constitución no dice lo que dice en el artículo 37 porque éste hay que interpretarlo de acuerdo a los tiempos (en un atentado al derecho acojonante). Y se desata una campaña de denuncia pidiendo que, ante tamaño disparate, los que sí hemos contraído verdadero matrimonio no debemos estar catalogados de igual manera que los señores de Zerolo.

Antes de continuar: Sí, he dicho verdadero matrimonio, saque usted la derivada correspondiente.

El caso es que me parece bien esa reclamación… aunque también me parece tardía. Efectivamente, yo no quiero que mi familia quede catalogada en el mismo apartado que uniones contra natura (sí, he dicho contra natura, no se moleste en increparme por ello porque lo volveré a hacer). Pero es que además tampoco quiero que quede catalogada en el mismo capítulo que un contrato o acuerdo civil reversible a voluntad en función de los apetitos del momento o de sus ventajas o desventajas fiscales o administrativas.

Y así llegamos al punto inicial: No, no me causa escándalo que la gente haga usos interesados de eso llamado matrimonio civil, por el simple hecho de son precisamente los que defienden ese matrimonio como “único y verdadero” los que lo han convertido en un pestilente trapo mojado, en algo menos importante y vinculante no ya que la firma de una hipoteca, sino de un simple contrato de telefonía. Así que sigan ustedes pisoteándolo, pero no me toquen los huevos rasgándose las vestiduras cuando alguien se ríe de su invento.

El matrimonio es la manera que tiene la comunidad (civil o religiosa) desde tiempos ancestrales de reconocer un proyecto de vida en común, que obligaba a cada una de las partes para con la otra y para con los futuros miembros de la familia, los hijos, que además eran la consecuencia natural de dicho matrimonio. Todo lo que no sea eso, es una milonga. Y desde hace poco, además, una mariconada.

Yo sí estoy casado. Mi mujer y yo sí formamos un matrimonio, como otras miles y millones de familias. Pero hay otros que, diga lo que diga el registro, la ley, los jueces, los tribunales o la madre que los parió, NO.

La novedad de los desahucios

Lo dicho, es nuevo. Los 370.000 deshaucios durante el anterior gobierno nunca tuvieron lugar. Tampoco entonces se daban ayudas a la banca. Bueno, sí, pero apenas unos centimillos… o unos eurillos… o unos miles de millones… o unas decenas de miles de millones… Vamos, nada reseñable.

Ahora. Ahora es cuando nos enteramos que hay gente que pierde su casa por no poder pagarla y se queda en la calle. Ahora salta Sorayita (la pepera, a la otra la llamaremos Sorayota) diciendo que va a dialogar con la oposición para buscarle arreglo a la cosa. Ahora que el rebaño se ha enterado, hay que recular para salir mono en los papeles (ay, con lo mona que yo salía cuando era oposición y me disfrazaba de mini diva) y que parezca que nos importa algo la plebe cuando no hay elecciones.

Vamos a ver, no pretendo aquí entrar en discusiones bastardas (por partidistas) sobre quién debe hacer qué y qué malo es tal o cual. Los culpables de la situación son múltiples y una cosa es pedir justicia y otra pretender solucionarle la papeleta a algún irresponsable. Así que dejemos de demagogia y veamos aquellos casos en los que de verdad sea justo intervenir para impedir un desahucio. En ese sentido se han pronunciado acertadamente varias voces. Entre otros, el obispo de San Sebastián o Juan Manuel de Prada.

Novísimos iluminados (novísimos porque hasta ayer todo esto les importaba un bledo) claman por la solución: La dación en pago debe permitirse, dicen. Como si estuviera prohibida. Es falso que en España haya que autorizar la dación en pago. Existe y pueden ustedes solicitar esa condición al firmar la hipoteca. Ahora y antes, cuando la gente se metía en pufos impagables animados por un impresentable llamado Cristobal y apellidado Montoro. Nadie le partió la entrepierna a patadas entonces, y ahora hay quién se sorprende porque se revele un desastre con patas.

Me disperso. Yo sólo quería aportar algo, mínimo, sobre los desahucios por parte de entidades «salvadas» con dinero público. Porque claro, como esta situación es nueva… a nadie le ha dado tiempo a plantearse alternativas hasta ahora, en que Sorayita y Elenita nos lo van a arreglar todo, todito, todo.

El problema es precisamente ese: que jamás se debieron «salvar» esas entidades con dinero público (con el aplauso entusiasta de Elenita y Sorayita), y entrecomillo el salvar con toda la intención. Vamos a ver: ¿cual era el supuesto problema de esas entidades? Que tenían una cantidad importante de créditos inmobiliarios que no iban a recuperar.

Bien, pues si se quería hacer algo con dinero público (que otra opción era no hacer nada), al principio, antes de la absurda reestructuración que mezcló comida con estiércol, deme usted el informe completo de esos créditos fallidos. De ese informe cogemos los correspondientes a familias sin suficientes recursos para hacer frente a su deuda por primera vivienda. Del fondo de dinero público que has decidido utilizar para «salvar» los bancos, tomas exacta y únicamente el importe de cada uno de esos créditos, y los das a las entidades como liquidación de la deuda, y vinculas a la familia afectada a la medida que sea menester (alquiler social, un plazo de x meses de aplazamiento de pagos…).

El banco, de esta manera (LÓGICAMENTE) pierde sus derechos sobre el inmueble, ya que la deuda ha sido saldada y por tanto no puede desahuciar a la familia. Eso sí: Los préstamos fallidos de gente que no esté en la situación de necesidad, se los come el banco. Las hipotecas de clientes con otros recursos o que no sean primera vivienda, se ejecutan. Si a una entidad (de las 45 existentes hace 4 años, no de las 9 resultantes de este despropósito) eso no le solucionaba el agujero, pues que cerrara. Si hay que poner pasta para el fondo de garantía de depósitos (depósitos, no inventos raros ni timos del 8%), se ponía. Pero para salvar a la gente, no a las entidades.

¿Qué pasa? Que a lo mejor es mentira y las entidades no tenían agujeros (sólo) por culpa de los pufos inmobiliarios. Ah, vaya… eso no se le ha ocurrido a nadie… ¿verdad?

Arcadia educativa

Llevo varios días queriendo escribir esta entrada. Y no lo he hecho porque no termino de saber dónde y cómo enganchar mis conclusiones. Así que he decidido dejarles a ustedes, mis millones de queridos y respetables lectores (a ti, el no respetable, también, venga) esa labor, limitándome a relatarles los hechos, casi desnudos.

Antecedentes:

Una familia solicita plaza para su hijo mayor en un colegio religioso concertado de un pueblo de la provincia de Sevilla. Ellos viven en el pueblo de al lado, pero en las mismas fechas de la solicitud, la empresa en la que ambos trabajan fija su domicilio en el pueblo en el que se encuentra el colegio. Por entonces, la puntuación otorgada a las familias solicitantes de plaza para su baremación por la Junta de Andalucía era la misma por domicilio familiar que por domicilio laboral. El niño obtiene la plaza.

Como tristemente suele ocurrir, otros padres ven como sus hijos quedan fuera del colegio elegido al no haber plazas suficientes. Uno de ellos denuncia ante la Consejería de Educación “a todo lo que se menea”, entre ellos, a la familia de la que les hablo, aduciendo que es falso que tengan su domicilio laboral en esa localidad. Como prueba aporta el siguiente testimonio: Llegó un día a esa dirección, no llamó a la puerta si no a la de al lado, y preguntó al primero que encontró: ¿oiga, aquí trabaja alguien? Obteniendo un “yo no conozco a nadie”. Aclaración pertinente: Hablo de una oficina, no de un local abierto al público. Esa declaración y su condición de policía local hace que se admita la denuncia y se comunique a la familia que el niño debe abandonar el centro. La familia recurre y solicita, entre tanto, que se adopten medidas cautelares. Esto es, que el niño siga en el colegio.

Pasan los años y hay vistas judiciales. En una de ellas, la madre habla con el policía, que le viene a reconocer que ni llamó a la puerta ni volvió otro día, y que él se cree que sí, que trabajan allí… pero que como de lo que están hablando es de su hijo… esto es lo que hay. En la vista vuelve a decir que “yo soy policía y un vecino me dijo…” Visto para sentencia.

Octubre de 2012, el niño acaba de empezar el curso, por quinta vez, en su colegio religioso concertado. En medio, su hermana también ha entrado en el mismo. El abogado de la familia llama a la madre: Le adelanta que el juez va a fallar (qué buena es la polisemia a veces) que el niño debe abandonar el colegio porque sus padres, a la luz de la declaración del policía y el vecino, falsearon la declaración de domicilio laboral. Nueva aclaración pertinente: Sí, la empresa realmente fijó su domicilio allí y el lugar de trabajo de la madre era aquel. Pero aquel vecino “no conocía a nadie”, punto redondo. Ni documentación, ni recibos bancarios, ni certificados de empresa valen para nada. Aquel vecino “no conocía a nadie”.

La madre no sabe qué hacer. Una profesora le dice que tiene referencias de alguien del pueblo que trabaja en la Consejería en esos asuntos. La conoce sólo de vista, busca amigos comunes para contactar con ella. Consiguen una cita.

Suceso:

Esos son los antecedentes. Los hechos que dejo a su consideración son los siguientes:

La madre afectada llega a la cita con la única esperanza de si puede hacer algo para que su hijo siga en el colegio en el que lleva, con éste, cinco años, en el que tiene a sus amigos, en el que los padres participan, en el que ellos entendieron la mejor opción para la educación de sus hijos… Hace las presentaciones, y le expone el caso, sin más consideraciones: Mira, es que tengo que sacar a mi hijo del colegio tal, porque me denunciaron y sale ahora la sentencia.

La respuesta de la funcionaria viene a ser una explosión de alegría: ¿Qué tienes que sacar al niño de ese colegio? Mira, pues es lo mejor que te puede pasar, enhorabuena. Lo que tienes que hacer es matricularle en el colegio público del pueblo, que es extraordinario, como todos los de la red pública de Andalucía. La madre se queda perpleja y sólo acierta a comentar algo acerca de algunas opiniones desfavorables a ese colegio público que le han llegado. ¡Nada, mujer, no hagas caso! Mira, si la educación pública en Andalucía no tiene que envidiar a ningún centro. Pero no sólo a los concertados ¿eh? Ni a los privados. Hazme caso, es lo mejor que te ha podido pasar, porque la educación pública en Andalucía…

Me cuenta la madre que le suelta una chapa considerable, que más pareciera un mítin de Mar Moreno*. Ella, más bien izquierdista, incluso llega a mosquearse por la impresentable soflama de desprecio a la educación privada y concertada y de ensalce desaforado de la escuela pública de la región, que por lo que la tipa suelta no tiene ni un defecto, ni un problema, ni una necesidad… ¡la arcadia educativa de Andalucía!

Viendo que de allí no saca más que comida de oreja, intenta cortar la chapa. Pero hay que quedar bien con la funcionaria mitinera, a la que le dice que bueno, pues entonces, allí nos veremos, porque tus hijos estarán allí, ¿no?.

La mitinera se queda a media frase, con la boca entreabierta, pierde la mirada y, tras respirar, concluye. No… mis hijos están en el colegio tal (el otro colegio religioso concertado de la localidad).

Mi amiga, ¿afortunadamente?, vence el impulso asesino.

Yo no lo hubiera vencido. Seguro.

* Mar Moreno es la Consejera de Educación de la Junta de Andalucía.

Aromas de híper

No me gustan las grandes superficies. No soy capaz de situarme, los responsables me cambian las secciones de una visita a otra, la gente anda despacio, deja el carro estorbando, hay cada vez más “gente fea” (en feliz expresión de mi santa, con la que yo recojo desde chonis de grandes aros orejiles, chusma achandalada, osos amorfos con pantalones pescarranas y maricobolsos, pasando por adefesios de gimnasio y demás fauna ibérica)… En menor cantidad, también hay “gente guapa”, que tampoco me gusta un pelo. Alguien que se viste y arregla así para ir a la compra, no es de fiar. Qué coño, y si no es para la compra y se arregla así a diario, tampoco.

En la cola más corta de las cajas rápidas hay una señora, como de mi edad, con una niña. Es del segundo grupo. O me lo parece, por sus tacones y sus vaqueros que tienen pinta de ser aún más caros que feos (a todo esto, sólo hay algo que me parezca más feo que un tacón, y es un tacón con vaqueros… fin de la discusión de moda). Y por su porte y su delgadez, artificial a nuestra edad (y su peinado, y su color de pelo, y…). Pero ya le toca y apenas lleva nada, así que me coloco tras de ella. Inmediatamente siento un olor intenso que se me agarra a la garganta. Hago ademán de irme a otra caja pero ya hay gente tras de mí y mucha cola en las otras. Aguanto la respiración. Espero que sea un momento.

La pija exclama “¡por favor, por favor, qué horror, qué mal huele!, ¿no?” Y pregunta a la cajera si se ha derramado algo. La joven cajera le dice que sí, que hace un par de clientes se ha salido una carne de su envoltorio, pero que ya lo habían limpiado todo y que la cinta estaba detenida con la parte afectada por abajo para que se secara bien.

Yo de vez en cuando me giro hacia otra caja, expulso el aire, meto la nariz en el jersey y vuelvo a llenar los pulmones, para un rato. Los ojos me pican y me empiezan a llorar.

La pija pone con cuidado las pocas cosas que lleva en el pequeño espacio entre la cinta y la caja. Una lata rueda y toca apenas de refilón el borde de la cinta. La cajera la coge para que no siga rodando y la pone en la cinta… o casi, porque la clienta exclama ¡no, por favor, no pongas nada en la cinta!” y con su mano derecha vuelve a ponerla en el pequeño soporte de acero mientras con la izquierda sujeta un pañuelo que le tapa nariz y boca. Todos sus movimientos los salpica con varios “qué horror, qué asco, qué peste”.

Antes de ponerme morado oscuro, vuelvo a girarme, a expeler aire y a volver a llenar las reservas. No puedo más. Me abrasan la nariz y los ojos.

La niña se acerca a la madre, a decirle algo. En un gesto natural hace ademán de apoyarse en la cinta. El grito repentino nos sobresalta a toda la fila “¡POR DIOS, NO PONGAS AHÍ LAS MANOS!”, mientras la aparta de un empujón y saca pañuelos y toallitas del bolso «¡LÍMPIATELAS! ¡QUÉ ASCO, POR FAVOR!»

Yo ya no sé qué hacer para coger aire, parece que no quede a mi alcance un soplo fresco, y ya debo estar de todos los colores. De verdad que esto es insoportable, un problema de salud pública.

Ella paga y se va a toda prisa, casi tirando de la niña. Me toca. Pongo las dos o tres cosas que llevo en la cinta y, mientras respiro hondo, lleno los pulmones, recupero el pulso, miro a los ojos a la cajera, doy las buenas tardes y ambos sonreímos. Celebro, y creo que no soy el único, que la clienta anterior ya se haya ido… con su perfume.

Ya no me pican ni lloran los ojos. Ya se puede respirar.

¿En la caja? Olía… pues a caja de hipermercado. A nada más. Palabrita. Buf, qué alivio.

13 años

Hace unos días era asesinada a tiros una niña de 13 años por un hombre de 39 con el que “tenía una relación”, en la cursi y absurda terminología moderna. El asesino, que además se llevó por delante a otro hombre que simplemente estaba en la calle fumando un pitillo, acabó después con su vida pegándose un tiro en la cabeza. Desgraciadamente, esta gente siempre hace las cosas en el orden inverso y acaba con el tiro con el que debieron empezar. A raíz de este suceso, se habla ahora de la legislación española que permite las relaciones sexuales consentidas con un adulto a niños (no a jóvenes, a niños) desde los 13 años.

Este país es muy divertido. O lo sería, si las consecuencias no fueran trágicas. Ahora sale este debate, y pasado mañana lo cerraremos, como siempre, con el “no hay que legislar en caliente”. Hay muchas consideraciones adicionales que hacer. Empezando por que parece que la cosa empezó cuando la niña tenía 12 y quizá se pudiera haber intentado algo. O que el pollo viviera tranquilamente y paseara por la calle sin que nadie le recordara su edad de manera que le quedara clara la diferencia.

Era estremecedor escuchar a esa madre, dando tierra a un trozo de su vida, gritar desconsolada y furiosa que ella ya lo había avisado y que nadie le hizo caso, y que la Guardia Civil ahora se movilizaba pero antes no hizo nada.

Respetando el inmenso dolor de esa madre, hay cosas que no cuadran. Primero, como hemos dicho, ni policía ni guardia civil ni la corte penal internacional pintaban nada si conocemos esa perversa ley de los trece años. Segundo, sinceramente… ¿algún padre sensato necesita a la guardia civil si su niña se lía con un degenerado que le triplica la edad? ¿O es que quizá esta demoníaca legislación desprotegería doblemente al niño, primero amparando el encame con el degenerado y después evitando a los padres poner orden?

Y tercero, es trágicamente llamativo que el suceso haya sucedido en Albacete, donde la producción local dota de argumentos suficientes para haber convencido al degenerado de 39 años, de la única manera que un tipo así entendería, de que si se acerca a una niña de 13, desde luego no será con intenciones carnales. No después de aplicarle como corresponde el producto típico por parte de unos padres que tienen que defenderse y defender a su hija de los degenerados de 39 años y de los degenerados que hacen las leyes. Las mismas leyes que dicen que hasta los 18 no puede tomarse una caña pero que a los 13 puede encamarse con un asesino degenerado de 39.

Respeto a la legislación, dicen. Estado de derecho, dicen.

Al cuchillo

El sábado por la mañana, aguardo mi turno en la carnicería. En ese momento el corpulento carnicero despieza con esfuerzo el pedido de una familia. La niña, de unos 9 años, observa embelesada, sin perder detalle. Chac, chac, chac. La gran hoja de acero cae sobre la tabla, separando costillas de cerdo ibérico. El gigante la maneja con destreza, pero el pedido es grande y necesita dedicación. Su cara está encendida y su frente salpicada de sudor, que ensucia ligeramente el gorro blanco, mientras el delantal delata el paso de las horas de trabajo. Devuelve la mirada a la pequeña, a la que suelta, a bocajarro: «Aquí me veo por no estudiar. Así que cuando tus padres te digan que estudies, hazles caso. Que yo no lo hice y aquí estoy, al cuchillo». A la cara de la niña asoma una media sonrisa, y un toque de rubor, ante el inesperado consejo. Los padres sonríen y ponen cara de «¿lo oyes, lo oyes?, para que nos hagas caso». Supongo que la niña interioriza el mensaje, o quizás lo ignora. Quién sabe.

Sin poder evitarlo, pasan por mi mente todas esas personas que he ido viendo, en los últimos meses, llamando a la puerta de mi oficina, y luego a la de al lado, y a la otra, y a la de más allá… «Buenos días, ¿puedo dejarle el currículum?» A la barra de la cafetería de abajo rara es la semana a la que no veo llegar a alguien con el mismo ruego. Imagino el detalle de la formación, de los estudios, de los títulos contenidos en esos currículums… En mi imaginación, todos ellos miran al carnicero, pidiéndole que no engañe a la niña… y deseando haber aprendido a manejar el cuchillo en aquellas noches en vela, entre cafeteras y pilas de apuntes. No digo nada, dejo que la familia se vaya comentando la jugada y pido lo mío, prefiriendo la posición del grandullón que la de esos que recuerdo.

Y además, deposito una dosis de confianza en él. Porque si nos pusiéramos en serio a intentar arreglar el país, el carnicero tiene lo necesario para ello. Brazos fuertes y cuchillos.